Hoy lunes toman posesión de su cargo los nuevos ministros. Cinco cambios que el presidente ha hecho, a mi entender, pensando más en el bien de su partido que en el bien común. A ocho meses de las elecciones, ¿qué puede hacer un nuevo ministro? ¿Qué medidas novedosas puede poner en marcha? Es evidente que no cuenta con el tiempo suficiente. En ocho meses no se pueden ejecutar verdaderas decisiones políticas, sino sólo propuestas electoralistas. A mi entender, se trata, simplemente, de mejorar la imagen del gobierno o, en algún caso (léase Chacón), utilizar el gobierno como catapulta para las próximas elecciones en las que será candidata.
No es nuevo lo que ha hecho ZP. Todos los presidentes lo han hecho. Cuando Aznar nombró ministro a Piqué, éste ni siquiera era militante del PP y, al dejar de ser ministro, acabó no sólo afiliándose al partido, sino presidiéndolo en Cataluña. Lo que digo: el gobierno como catapulta.
Tal vez porque ya es algo habitual, resulta que casi nadie parece darle importancia a este hecho. Nadie se fija en que hoy toman posesión los ministros y, en cambio, la gran noticia parece ser que Woody Allen comienza hoy su rodaje en Barcelona.
Dicen las crónicas que muchos han hecho el ridículo con tal de hacerse la foto con Woody. Y, en esa carrera provinciana hacia la fama, los políticos se han llevado la palma: medalla de oro. La rueda de prensa, a la que no asistieron los actores principales, estuvo plagada de políticos: la ministra de Cultura (pocos días antes de ser cesada), tres consellers de la Generalitat, representantes del Ayuntamiento (tanto de los que gobiernan como de los que están en la oposición.) Todos quisieron aparecer junto al director de cine en un acto, a juicio de quienes lo vieron, ridículo por demás. Tan obsesionados como estaban todos por aparecer en la foto y tener su minuto de gloria con discursos, nadie pensó si quiera en traducir esos parlamentos al artista.
La excusa es clara: gracias a la película de Woody Allen, Barcelona tendrá propaganda gratis por todo el mundo. Tal vez por eso, como una inversión publicitaria en promoción turística, nuestras instituciones han aportado a la película “casi un millón de euros”, según el alcalde de Barcelona, a los que hay que sumar las aportaciones de la Generalitat y del Ministerio de Cultura. No puedo evitar preguntarme: si cualquier director español novel quisiera rodar en nuestra ciudad, ¿también invertirían en su película o, quizá, le cobrarían por utilizar Barcelona como plató? Alguien me acusará de ingenuo, pero que algo sea habitual no quiere decir que debamos aceptarlo como incuestionable; tanto da si es un inútil cambio de gobierno o una aportación millonaria al cine americano.
Creo que deberíamos aprender de una vez que el cine es un negocio privado y dejar a los productores privados que inviertan en él. El dinero público debiera tener otras inversiones mucho más necesarias: educación, sanidad... ¿Hacen falta más ejemplos? Pero nuestros políticos consideran que es mucho más rentable cambiar algunos ministros cuando se va a iniciar una larga campaña electoral o hacerse la foto bailando el Woody-Woody.
© Julio, 2007.
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