ELEMENTAL.
A propósito de la gripe A.
A propósito de la gripe A.
Cada año, llegados el otoño y el invierno, nos asalta la gripe, una enfermedad que padece una gran parte de la población y que, en la mayoría de los casos resulta benigna aunque, en algunos otros, mortal. Por eso, cada año se recomienda a la llamada “población de riesgo” que se vacune contra la gripe. Se entiende por tal población aquella compuesta por personas que padecen afecciones que la gripe puede complicar (por ejemplo, afecciones respiratorias) o que tienen una edad elevada o que, por su trabajo, están especialmente expuestas al contagio.
Pero este año la gripe trae apellido. Ya no es sólo la gripe, sin más; es la “gripe A”. No es la primera vez que la gripe lleva apellido (recuérdese, por ejemplo, la que se dio en llamar “gripe española”), pero eso nos parecen historias de tiempos pasados. Y, sin embargo, ahora resulta que la gripe A parece amenazarnos a todos, a la humanidad entera, en forma de verdadera pandemia.
El sentido común recomienda, en primer lugar, no alarmarse. Pero esto resulta difícil cuando ya hace meses que los medios de comunicación hablan a diario de esta enfermedad e, incluso, van contando (y contándonos) los muertos uno a uno. ¿Cómo no alarmarse ante tan macabro contador? Y, para frenar la alarma, comparece en público la ministra del ramo intentando convencernos de que no hay nada que temer y de que la gripe de cualquier otro año fue tan peligrosa o más que ésta. Pero a todos nos asalta la duda: ¿será verdad? Porque, claro: la ministra, ¿qué otra cosa puede decir? Y así resulta que, cuanto más insiste la ministra en hablar públicamente para restarle importancia a la gripe, más le está dando.
Llegan entonces las recomendaciones. La principal, la habitual en medicina: lo mejor es prevenir. Y no sólo ni principalmente con vacunas. En el caso de la gripe A, la prevención tiene que ver con hábitos de higiene fundamentales: lavarse las manos a menudo con agua y jabón o taparse la boca cuando se estornuda, por ejemplo. Y casi me alegro de que el gobierno se vea obligado a costear una campaña como ésta porque ya hace tiempo que vengo denunciando (lo escribí en el artículo sobre "El escupitajo") que hemos olvidado nociones y prácticas básicas de higiene (y urbanidad) que fueron las que más contribuyeron en los siglos XIX y XX a aumentar la esperanza de vida entre la población. Probablemente, quien viaja a menudo en metro o autobús urbano entenderá por qué lo digo. Pero no solamente ellos.
Pero este año la gripe trae apellido. Ya no es sólo la gripe, sin más; es la “gripe A”. No es la primera vez que la gripe lleva apellido (recuérdese, por ejemplo, la que se dio en llamar “gripe española”), pero eso nos parecen historias de tiempos pasados. Y, sin embargo, ahora resulta que la gripe A parece amenazarnos a todos, a la humanidad entera, en forma de verdadera pandemia.
El sentido común recomienda, en primer lugar, no alarmarse. Pero esto resulta difícil cuando ya hace meses que los medios de comunicación hablan a diario de esta enfermedad e, incluso, van contando (y contándonos) los muertos uno a uno. ¿Cómo no alarmarse ante tan macabro contador? Y, para frenar la alarma, comparece en público la ministra del ramo intentando convencernos de que no hay nada que temer y de que la gripe de cualquier otro año fue tan peligrosa o más que ésta. Pero a todos nos asalta la duda: ¿será verdad? Porque, claro: la ministra, ¿qué otra cosa puede decir? Y así resulta que, cuanto más insiste la ministra en hablar públicamente para restarle importancia a la gripe, más le está dando.
Llegan entonces las recomendaciones. La principal, la habitual en medicina: lo mejor es prevenir. Y no sólo ni principalmente con vacunas. En el caso de la gripe A, la prevención tiene que ver con hábitos de higiene fundamentales: lavarse las manos a menudo con agua y jabón o taparse la boca cuando se estornuda, por ejemplo. Y casi me alegro de que el gobierno se vea obligado a costear una campaña como ésta porque ya hace tiempo que vengo denunciando (lo escribí en el artículo sobre "El escupitajo") que hemos olvidado nociones y prácticas básicas de higiene (y urbanidad) que fueron las que más contribuyeron en los siglos XIX y XX a aumentar la esperanza de vida entre la población. Probablemente, quien viaja a menudo en metro o autobús urbano entenderá por qué lo digo. Pero no solamente ellos.
Si el refranero se empeña en afirmar aquello de “a grandes males, grandes remedios”, parece ser que, en esta ocasión, el mejor remedio puede ser sencillo y de andar por casa. Bueno, por casa y por el mundo. Un poquito de higiene. Elemental.
© Luis María Llena.
Barcelona, septiembre de 2009.
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