MEMENTO MORTIS.
A propósito de la muerte de Daniel Jarque.
A propósito de la muerte de Daniel Jarque.
Sin duda alguna, una de las noticias de este verano ha sido la inesperada muerte de Daniel Jarque, el capitán del R.C.D. Espanyol. La noticia ocupó las primeras páginas por varias razones, no todas de la misma importancia pero que contribuyeron, de un modo u otro, a hacerla más impactante.
Una de esas razones fue el hecho de que ese equipo de fútbol hubiera sido noticia, tan sólo una semana antes, por la inauguración de su nuevo estadio. No deja de sorprender cómo una misma familia (en este caso, una familia deportiva) puede pasar en una sola semana de la alegría más inmensa a un dolor y una tristeza casi inconsolables. Así es la vida.
Otra de las razones que hizo impactante la noticia de este fallecimiento fue la juventud de su protagonista. He de confesar que ante tanta muestra de dolor, ante tanta persona que es capaz de movilizarse y acudir a la puerta número 21 del nuevo estadio (el dorsal de jugador) portando flores y velas, llantos y aplausos, no puedo evitar pensar, una vez más, que cada día debe de haber cientos de personas, decenas de jóvenes, que mueren de manera súbita e inesperada, pero en el más completo anonimato.
Llegamos así a la razón máxima que convierte en impactante esta noticia: ¿cómo es posible que un joven deportista, aparentemente rebosante de salud y sometido a múltiples pruebas y revisiones médicas, muera de este modo sorpresivo y rápido? Y es aquí donde me asalta la reflexión que considero fundamental: somos humanos y, como tales, mortales. Es evidente, lo sé, pero sospecho que, a menudo, queremos olvidarlo. La ciencia y la técnica avanzan tanto, en especial la ciencia y la técnica médicas, que llegamos a creer que podemos controlarlo todo, que somos dueños absolutos de la muerte y de la vida, cuando no es así. Nos parece imposible que un joven sometido a revisiones médicas periódicas pueda fallecer. Tristemente, hemos recordado que es posible. Y es esta condición de nuestra naturaleza la que no deberíamos olvidar nunca.
Dicen que los antiguos predicadores a menudo basaban sus sermones en el memento mortis, atemorizando a los fieles con alusiones a la muerte y al infierno. La verdad es que yo ya no conocí ese tipo de predicación basada en el miedo al más allá. Hoy en día, cuesta encontrar un sacerdote que predique sobre el infierno (de lo cual me alegro porque, a mi entender, toda predicación debería tener como tema principal el infinito Amor de Dios), pero también cuesta encontrar sacerdotes que ayuden a los fieles a reflexionar sobre la propia muerte (y de esto ya no me alegro tanto).
El recuerdo de la muerte debería formar parte de nuestra vida cotidiana. En mi opinión, es un error pensar que olvidarnos de la muerte nos va a ayudar a vivir más plenamente. Yo creo justamente lo contrario. Independientemente de nuestra creencia o increencia en una realidad más allá de la muerte, el recuerdo de ésta puede contribuir a que vivamos mejor, espoleándonos a vivir en plenitud cada momento. Contribuir, por ejemplo, a que demos importancia a las cosas que la tienen y no nos dejemos distraer (y mucho menos amargar) por naderías. Contribuir a hacer realidad aquella actitud que Horacio resumió en otra célebre expresión latina: Carpe diem.
Daniel Jarque, 1983-2009. In memoriam.
© Luis María Llena.
Barcelona, septiembre de 2009.
Una de esas razones fue el hecho de que ese equipo de fútbol hubiera sido noticia, tan sólo una semana antes, por la inauguración de su nuevo estadio. No deja de sorprender cómo una misma familia (en este caso, una familia deportiva) puede pasar en una sola semana de la alegría más inmensa a un dolor y una tristeza casi inconsolables. Así es la vida.
Otra de las razones que hizo impactante la noticia de este fallecimiento fue la juventud de su protagonista. He de confesar que ante tanta muestra de dolor, ante tanta persona que es capaz de movilizarse y acudir a la puerta número 21 del nuevo estadio (el dorsal de jugador) portando flores y velas, llantos y aplausos, no puedo evitar pensar, una vez más, que cada día debe de haber cientos de personas, decenas de jóvenes, que mueren de manera súbita e inesperada, pero en el más completo anonimato.
Llegamos así a la razón máxima que convierte en impactante esta noticia: ¿cómo es posible que un joven deportista, aparentemente rebosante de salud y sometido a múltiples pruebas y revisiones médicas, muera de este modo sorpresivo y rápido? Y es aquí donde me asalta la reflexión que considero fundamental: somos humanos y, como tales, mortales. Es evidente, lo sé, pero sospecho que, a menudo, queremos olvidarlo. La ciencia y la técnica avanzan tanto, en especial la ciencia y la técnica médicas, que llegamos a creer que podemos controlarlo todo, que somos dueños absolutos de la muerte y de la vida, cuando no es así. Nos parece imposible que un joven sometido a revisiones médicas periódicas pueda fallecer. Tristemente, hemos recordado que es posible. Y es esta condición de nuestra naturaleza la que no deberíamos olvidar nunca.
Dicen que los antiguos predicadores a menudo basaban sus sermones en el memento mortis, atemorizando a los fieles con alusiones a la muerte y al infierno. La verdad es que yo ya no conocí ese tipo de predicación basada en el miedo al más allá. Hoy en día, cuesta encontrar un sacerdote que predique sobre el infierno (de lo cual me alegro porque, a mi entender, toda predicación debería tener como tema principal el infinito Amor de Dios), pero también cuesta encontrar sacerdotes que ayuden a los fieles a reflexionar sobre la propia muerte (y de esto ya no me alegro tanto).
El recuerdo de la muerte debería formar parte de nuestra vida cotidiana. En mi opinión, es un error pensar que olvidarnos de la muerte nos va a ayudar a vivir más plenamente. Yo creo justamente lo contrario. Independientemente de nuestra creencia o increencia en una realidad más allá de la muerte, el recuerdo de ésta puede contribuir a que vivamos mejor, espoleándonos a vivir en plenitud cada momento. Contribuir, por ejemplo, a que demos importancia a las cosas que la tienen y no nos dejemos distraer (y mucho menos amargar) por naderías. Contribuir a hacer realidad aquella actitud que Horacio resumió en otra célebre expresión latina: Carpe diem.
Daniel Jarque, 1983-2009. In memoriam.
© Luis María Llena.
Barcelona, septiembre de 2009.
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