jueves, 31 de diciembre de 2009

PROPÓSITO DE AÑO NUEVO. Dmp37.

Nunca he usado los buenos propósitos al comienzo del mes de enero; tal vez, porque para mí, en realidad, el año empieza en septiembre, cuando comienza un nuevo curso. Nunca he hecho revisión de mi vida al acabar un año “natural”, tal vez porque suelo hacerla a menudo, al acabar cada jornada. Y he escrito “natural” entre comillas, porque de natural no tiene nada, a no ser la similitud con el tiempo que la Tierra emplea para dar su vuelta al Sol. Pero sólo similitud, ya sabíamos que no es una coincidencia exacta. Y de ahí la necesidad de los años bisiestos. Pero ni por ésas, porque la aparición de los relojes atómicos nos hizo descubrir que la Tierra no siempre es uniforme en su movimiento, y entonces nos cuentan lo del segundo que hay que inventarse de vez en cuando, sin que ni siquiera podamos prever anticipadamente cada cuánto tiempo será necesario establecer un minuto de sesenta y un segundos. Todo teatro y pura convención.

Sirva cuanto he dicho como preámbulo para comentar una obviedad: la Nochevieja es puro teatro; es tan sólo una ilusión. Su magia deriva de una convención. En el fondo, se trata de una noche como otra cualquiera, del paso de un día a otro, sólo que esta vez debemos arrancar una página del calendario; aún más: debemos cambiar de calendario. Pero ya está. Los romanos, que ya usaban años de doce meses, los comenzaban, sin embargo, en marzo: de ahí los nombres de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, que para ellos eran el séptimo, octavo, noveno y décimo mes del año, respectivamente (y no el noveno, décimo, undécimo y duodécimo, como son para nosotros). Para ellos el año comenzaba con la primavera, con el renacer de la vida en la naturaleza.

Así, pues, la Nochevieja es puro teatro. Pero a mí me gustan el teatro y los rituales y creo que son útiles y necesarios en la vida. La Nochevieja es una buena excusa para trasnochar y divertirse. Aunque, para muchos, más que una excusa es una obligación. Por suerte, ya hace años que yo superé esa fase. Será la edad…

Necesitamos creer en la objetividad del tiempo, pero todos experimentamos que no nos parecen de la misma duración una hora de trabajo y una hora de diversión. También experimentamos que el tiempo pasa en nosotros (o sobre nosotros). Y hay quien sale huyendo hacia atrás, como si eso fuera posible: sólo es otra ficción. Quitarse unas arrugas o unas bolsas bajo los ojos no hace a nadie más joven; como mucho, le hace aparentar más joven. Ya sé que es otra obviedad, pero vivimos en una sociedad en la que, por momentos, parece que muchos se olvidan de ello. (Esto sin referirme al dudoso resultado de algunas de las operaciones de cirugía estética; tengo para mí que muchas artistas habrían conservado más belleza envejeciendo con naturalidad que estirando su piel artificialmente.)

Bromeo a menudo sobre la edad, pero no me preocupa hacerme mayor. No me da miedo envejecer, si una mínima salud me acompaña. Lo que me impresiona, en todo caso, es la rapidez con la que todo pasa. Por eso deseo ser consciente de cuanto vivo cada día. Por eso quiero disfrutarlo, saborearlo y hasta paladearlo. No añoro el pasado. Nunca he querido volver hacia atrás: volver a ser como fui en algún momento, no me gustaría; volver atrás con la sabiduría de hoy me convertiría en un monstruo. (No es que me considere especialmente sabio, pero es evidente que, salvo un imbécil empedernido, todos somos algo más sabios a los cuarenta que a los veinte. Y no digamos si retrocedemos aún más.) Creo que es importante vivir el presente, aprovechar el presente. Carpe diem, escribió Horacio.

Como humanos, tenemos capacidad de añorar el pasado y de soñar el futuro. Es bueno hacerlo de vez en cuando, para no convertir el carpe diem en una banalidad hedonista que no nos acerca a la plenitud y sólo nos aporta vaciedad. Pero el ejercicio de añorar y soñar no debe alejarnos del presente. Porque, como ya enseñó san Agustín, el presente es el único tiempo que existe: el pasado ya no está y el futuro, cuando llegue, sólo será presente.

Nunca he usado los buenos propósitos al comenzar enero. Tal vez, hoy podríamos proponernos, simplemente, vivir el presente con intensidad, nos depare lo que nos depare, se llame como se llame.

Incluso, si nuestro presente se llama 2010. Puro teatro y convención.

¡FELIZ AÑO NUEVO!

© Luis María Llena.
Zaragoza, diciembre de 2009.

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