jueves, 13 de octubre de 2011

MEMORIA. Dmp68.

La memoria es algo fundamental para la vida cotidiana y para la identidad personal, por eso las enfermedades que afectan al recuerdo nos parecen especialmente tristes. Convivir con un anciano que padece demencia senil o con un enfermo de alzehimer nos hace tomar conciencia de la degeneración de un modo más dramático que las enfermedades físicas. (Ya sé que la misma demencia o el alzheimer tienen también un origen físico en nuestro cerebro, pero me refiero a cuestiones como no poder caminar o tener la tensión alta, por ejemplo).

Los animales tienen memoria. Cuando a mi perra Polca le retiro un juguete para salir a pasear, al regresar a casa ella va directa a la habitación donde he dejado el juguete para recuperarlo. Pero la memoria nos permite a los humanos no sólo recordar (algo imprescindible para la supervivencia) sino también evocar el pasado.

Esta capacidad de rememorar tiene un peligro: vivir anclado en el pretérito y acabar afirmando con el poeta que cualquier tiempo pasado fue mejor; lo cual no suele ser sino un espejismo de la memoria, que es selectiva y tiende a idealizar lo ya vivido, suavizando los aspectos negativos y exagerando los positivos.

Pero evocar el pasado y mantener la conciencia de él contribuye de manera imprescindible y necesaria a la identidad personal. Nuestra propia esencia se va construyendo en nuestras vivencias de tal modo que una historia personal distinta (con otro contexto y otras experiencias) nos habría hecho, sin duda, diferentes. En cierto modo, somos lo que hemos vivido y el olvido de todo ello puede llevarnos al olvido de nosotros mismos, a la pérdida de la identidad.

Decía Jean-Paul Sartre que “l’homme est ce qu’il fait de ce qu’on a fait de lui” (el hombre es lo que él se hace) y, por ello mismo, la memoria de ese camino de construcción es fundamental para saber quién soy. No reconocer el propio pasado es, en el fondo, no reconocerse, del mismo modo que los perros no se reconocen ante un espejo y, al verse la primera vez, ladran como ante la presencia de un extraño.

Ser un extraño para uno mismo debe de ser una experiencia dramática por lo que, mientras nos sea posible, deberíamos esforzarnos por hacer de nosotros mismos un ambiente confortable en el que poder sentirnos como en casa. La memoria es la casa en la que habita la propia identidad.


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