Al cumplirse una semana de la muerte de mi padre, en su memoria publico aquí unas páginas de mi libro "El viejo que me enseñó a pensar", en cuya portada permanecerá para siempre la fotografía de mi padre.
–Yo
no quiero que usted se muera... Aún no.
–Perdóname
si he sido un poco bruto, pero yo creo que hay que saber mirar a la muerte cara
a cara. Y hacerlo sin miedo, sin espanto. Además, para los que tenemos fe, la
muerte no es un punto final, sino tan sólo un punto y aparte. En este mundo
vivimos a oscuras, de noche, ¡hay tantas cosas que no vemos claras, que no
entendemos! Quienes creemos en la resurrección sabemos que la muerte, aunque
misteriosa, será el final de esta noche en que vivimos. Creemos que, más allá
de esta noche nos aguarda la claridad perfecta. ¿Es que no crees tú eso?
–Sí
–respondí tímidamente.
–A
menudo, rezamos a Dios pidiéndole una buena muerte. Mucha gente considera que
alguien ha tenido una buena muerte cuando, por ejemplo, ha fallecido dormido y,
por tanto, ni se ha enterado. Yo no pido eso para mí, yo quiero morirme
sabiendo que me voy. Y, aunque nadie puede elegir su modo de morir, porque no
sabemos ni el día ni la hora, Dios me ha concedido poder prepararme. Y poder
despedirme de ti. Espero no haberme equivocado diciéndole al padre Germán que
te trajera hasta aquí.
–No
se ha equivocado. Me hubiera dolido más no poder despedirme. ¡Me hubiera
enfadado!
–No
olvides nunca que te has de morir –continuó–. Saberlo te ayudará a vivir más
plenamente, con más sentido. Te ayudará a vivir el “Carpe diem”, ¿te acuerdas?
–Sí
–sonreí.
–No
quiero decir con esto que te pases la vida pensando en la muerte. No se trata
de eso. No tienes que amargarte. Pero saber que hemos de morir puede ayudarnos
a no dar excesiva importancia a cosas que no la tienen, a relativizar la
mayoría de las cosas que nos ocurren porque, en general, todo tiene remedio. Todo…
menos la muerte
Hubo
una pausa. Tras ella, volvió a despeinarme el cabello con su mano temblorosa.
–No
tienes que estar triste –me dijo–. ¿Tú me ves triste a mí?
–No.
–¿Qué
más puedo pedir? Triste es cuando alguien muere inesperadamente, siendo aún
joven. Triste es cuando una madre ve morir a su hijo, pero que un hijo vea
morir a su madre entra dentro del orden natural. Claro que también entristece,
porque la muerte es rotunda y definitiva, pero cuando alguien muere anciano es
como si todo estuviera en orden, como si se cerrara un ciclo. Cuando se llega a
mi edad, la muerte no es sino una etapa más del camino. Y no me asusta...
(Páginas
125-127)
1 comentario:
Con cariño y afecto un abrazo muy fuerte a ti y a tus herman@s. Emilio A.
Publicar un comentario