miércoles, 19 de diciembre de 2018

19 DE DICIEMBRE


Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 5-25

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada. 

Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

Pero el ángel le dijo:

—No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto.

Zacarías replicó al ángel:

—¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada.

El ángel le contestó:

—Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento.

El pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.

Al cumplirse los días de su servicio en el templo volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo:

—Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres. 

Recuerdo que era niño cuando protesté a un sacerdote: Dios no es justo, Zacarías le hace al ángel la misma pregunta que María: ¿Cómo será eso? A Zacarías lo deja mudo, a María no. El sacerdote me aclaró que lo importante no es la pregunta, sino la actitud desde la que se hace: Zacarías duda de la palabra del ángel, mientras que María pone su confianza en el Señor.

A lo largo de nuestra vida nos encontramos con ángeles sin saberlo, mensajeros de Dios que nos anuncian buenas noticias y a los que, a menudo, no creemos. Señor, que yo acepte en mi vida tu Palabra, que se haga vida en mi interior, como se hizo en María. Que viva desde la certeza de que para ti nada hay imposible.



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