Lectura del santo evangelio según san Lucas 3, 1-6
En
el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador
de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea
y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás
y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el
desierto.
Y
recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión
para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos
del profeta Isaías:
«Una
voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense
los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso
se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
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Todos
los datos del primer párrafo de este fragmento del Evangelio nos recuerdan que
nuestra fe es histórica: está basada en hechos históricos que interpretamos,
eso sí, a la luz de la fe.
En
Jesús, Dios ha entrado en la historia, se ha hecho uno de nosotros. A nosotros
se nos encomienda preparar ese camino.
Dios
quiere entrar en mi propia historia personal pero yo tengo que abrirle camino,
allanarle el sendero, porque no entrará contra mi voluntad. Sólo así, mi vida
cobrará armonía: lo escabroso se igualará
y lo torcido se enderezará. Sólo así la salvación de Dios llegará a mi vida
y a mi historia. Sólo así mi vida se transformará.
Y
todos lo verán.
Porque la salvación se expande, no sólo es individual. En Jesús, Dios entra en la historia del mundo y la transforma. A nosotros se nos encomienda, también, abrir el camino para que Dios pueda entrar en la historia del mundo actual, en la historia de la humanidad.
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