Se supone que hoy, ante la triple victoria del Barça, toca hablar de fútbol. No lo haré: nunca he visto un partido entero; no entiendo nada de ello. Pero hablaré de uno de los protagonistas de este espectacular éxito del F. C. Barcelona: su entrenador, Josep Guardiola.
No soy el primero en valor la actitud de este hombre: su comedimiento, su educación, su sentido común, su saber estar… Todo lo que, a mis ojos, le engrandece, más allá (mucho más allá) de los triunfos deportivos conseguidos.
Y, en este sentido, quiero destacar su reacción ante la nominación al Premio Príncipe de Asturias del Deporte. Al ser preguntado, agradeció el honor pero declinó recibir el premio: otros lo merecen más que él, dijo; éste sólo ha sido su primer año como entrenador de primer nivel; quizá, al final de su carrera, cuando tenga 60 años… Además, insistió en que el mérito no era de él, sino que se trataba de un trabajo en equipo.
Me pareció una respuesta como para quitarme el sombrero ante ella, porque estamos muy acostumbrados a premiar el golpe de suerte más que el esfuerzo y la constancia. Yo dejé de creer en los Premios Príncipe de Asturias cuando, ante una lista de deportistas de una gran y extensa trayectoria, optaron por premiar a un jovencito porque había sido aquel año campeón del mundo (y, tal vez, porque era español).
Hay quien dice que la humildad de Guardiola en esta respuesta esconde, en realidad, su negativa a aceptar un premio que contradice su ideología catalanista, puesto que está ligado a la Corona española. No sé si eso será cierto pero, si lo fuera, no le quita ningún mérito ante mis ojos: sigo alabando que su coherencia sea capaz de llevarle a renunciar a un premio de esa categoría. Sobre todo, cuando estamos acostumbrados a lo contrario: periodistas muy catalanes y catalanistas que, cuando les ponen un contrato millonario ante los ojos, no dudan en cambiar un Telenotícies por un Telediario; o jovencitas cantantes que hacen gala de su independentismo pero no tienen inconveniente en representar a TVE (y, por tanto, a España) en el Festival de Eurovisión.
O sea, que, aunque no entiendo de fútbol, hoy también yo me quito el sombrero ante Guardiola.
No soy el primero en valor la actitud de este hombre: su comedimiento, su educación, su sentido común, su saber estar… Todo lo que, a mis ojos, le engrandece, más allá (mucho más allá) de los triunfos deportivos conseguidos.
Y, en este sentido, quiero destacar su reacción ante la nominación al Premio Príncipe de Asturias del Deporte. Al ser preguntado, agradeció el honor pero declinó recibir el premio: otros lo merecen más que él, dijo; éste sólo ha sido su primer año como entrenador de primer nivel; quizá, al final de su carrera, cuando tenga 60 años… Además, insistió en que el mérito no era de él, sino que se trataba de un trabajo en equipo.
Me pareció una respuesta como para quitarme el sombrero ante ella, porque estamos muy acostumbrados a premiar el golpe de suerte más que el esfuerzo y la constancia. Yo dejé de creer en los Premios Príncipe de Asturias cuando, ante una lista de deportistas de una gran y extensa trayectoria, optaron por premiar a un jovencito porque había sido aquel año campeón del mundo (y, tal vez, porque era español).
Hay quien dice que la humildad de Guardiola en esta respuesta esconde, en realidad, su negativa a aceptar un premio que contradice su ideología catalanista, puesto que está ligado a la Corona española. No sé si eso será cierto pero, si lo fuera, no le quita ningún mérito ante mis ojos: sigo alabando que su coherencia sea capaz de llevarle a renunciar a un premio de esa categoría. Sobre todo, cuando estamos acostumbrados a lo contrario: periodistas muy catalanes y catalanistas que, cuando les ponen un contrato millonario ante los ojos, no dudan en cambiar un Telenotícies por un Telediario; o jovencitas cantantes que hacen gala de su independentismo pero no tienen inconveniente en representar a TVE (y, por tanto, a España) en el Festival de Eurovisión.
O sea, que, aunque no entiendo de fútbol, hoy también yo me quito el sombrero ante Guardiola.
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