En estos tiempos de crisis, volver al trabajo después de las vacaciones de verano es un gran alivio. Y una gran suerte. Cuando uno oye, casi a diario, las cifras de parados que aumentan en nuestro país, no puede más que sentirse afortunado por tener un trabajo y todo lo que éste te permite, a nivel económico, claro, pero también a otros niveles, como es el de la autorrealización.
Las cifras del paro aumentan, pero uno se hace más cargo de lo que significa el desempleo cuando conoce a un solo parado que cuando oye hablar en los medios de millones de parados. Una sola familia en la cual todos sus miembros estén en paro le hace conocer a uno la dimensión dramática de este problema. El subsidio de desempleo amortigua un poco ese drama, pero no lo evita. Porque el parado, aunque tenga subsidio, vive en la frustración y en el miedo de que ese estado no tenga marcha atrás.
Si, además, ya no se tiene derecho a subsidio, el drama es total. Uno está en manos de la caridad de su propia familia (si la tiene), de sus propios amigos (si los conserva) o de los desconocidos. Porque no siempre es fácil conservar familia y amigos en esa situación.
1 de septiembre. Vuelvo al trabajo y me siento afortunado. Muy afortunado en estos tiempos difíciles. Aunque desde hace dos meses hayan reducido mi sueldo un 5%. ¡Ojalá los gestores emplearan ese dinero en políticas efectivas contra el paro!
Luis María Llena.
Septiembre, 2010.
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