miércoles, 20 de julio de 2011

Duodécimo día.

Diriamba, miércoles 20 de julio de 2011.

Al fin, será verdad que la lluvia respetó la revolución; hoy volvió a llover, por poco tiempo, pero con gran intensidad. En la foto podéis ver cómo iban ayer los autobuses que se dirigían a Managua.


Hoy quiero contaros algunas curiosidades más de este país. Por ejemplo, que los niños hoy volvieron a clase después de una semana y media de vacaciones, que aquí llaman de medio año (porque están a la mitad del curso). Pero a Shirley, la hija de Claudia, la llevaron a la escuela y tuvieron que regresarla a casa; sólo habían llegado otra niña y ella y la maestra dijo que, mejor, volvieran mañana. Omar me explica que esto es habitual aquí: así, por ejemplo, si la maestra no vino a trabajar porque se encuentra enferma, envían a los niños a casa. (Com els agradaria això a les coordinadores de la meva escola i no haver de pensar en suplències!) O hay mañanitas en que la maestra les dice a las mamás: Hoy vengan a recoger a los niños a las 10, porque las maestras tenemos reunión. Hoy Claudia cogió una pichinga (una botellita de agua) para que su hija la lleve mañana a la escuela, pues allí no tienen agua.


Otra curiosidad es que aquí la mayoría de las viviendas no tiene agua caliente, no la necesitan. Sin embargo, para mí (que me reconozco bastante señorito) ducharme con agua fría es un reto diario. Suerte que mi hermano ha comprado una cebolla para la ducha pero que va conectada a la red eléctrica y, a medida que va pasando el agua, la calienta un poco. En este año y medio de estancia en Nicaragua, él ha tenido que llegar a ducharse con la ayuda de Omar y de una regadera. En la casa no disponemos de agua corriente cada día, sólo en noches alternativas. Eso nos obliga a llenar un depósito la noche que sí hay agua. Pero se ve que, al inicio, era peor, pues ni siquiera se sabía con certeza cuándo iba a haber agua. Para beber y cocinar no usamos esa agua, sino siempre agua embotellada.



Cuando preparaba mi viaje a Nicaragua me informé sobre medidas higiénicas y sanitarias. Se me dijo que ninguna vacuna era obligatoria, pero que debía observar las precauciones básicas de todo viaje: beber agua embotellada, no comer frutas sin pelar, no tomar verduras crudas… Lo estamos cumpliendo (recordad lo que os expliqué de los cubitos) y, de momento, no tenemos problemas. Otro asunto son los mosquitos. La casa está llena de todo tipo de insectos, bichitos que vuelan o se arrastran. Por más que Claudia limpie, no dejan de aparecer. Una de las primeras normas que nos dio Quique fue que, antes de calzarnos, sacudiéramos siempre los zapatos, porque podía haber algún alacrán. Yo vine preparado para este asunto de los insectos, gracias a los consejos de mi Olguita (que ya estuvo por aquí en otros tiempos). Me embadurno de repelente mañana y noche. A pesar de ello, no he podido evitar algunos picotazos. Pero quien se lleva la peor parte en este asunto es Laura, a la pobre la acribillan continuamente.



Más cosas curiosas: Casi todas las viviendas son unifamiliares y muchas de ellas nos parecerían barraquitas. Aquí prácticamente no hay edificios de más de una planta, es como si hubieran aprendido de los sucesivos terremotos. Las casas un poco mejores (como ésta en la que nos alojamos) suelen tener una habitación central cuyo techo está al descubierto; el resto de habitaciones está alrededor de ella. A mí me recuerda a lo que estudié en el bachillerato sobre el atrium (atrio) de la domus (casa) en la Roma clásica. Tenía (y lo tiene en las casas nicaragüenses) un compluvium u obertura por donde entraba el agua de la lluvia y un impluvium o estanque central que en Roma comunicaba con una cisterna subterránea y aquí es un mero desagüe.



La última: Aquí, la mayoría de la gente se baña en el mar con pantalón corto y camiseta, tanto hombres como mujeres. Los trajes de baño o los biquinis son prácticamente inexistentes. Comentándolo con Claudia en la comida, ella tiene claro que los biquinis son para las jovencitas. ¿Dónde va una vieja como yo a enseñar así las carnes? ¡Eso da pena! Claudia tiene treinta y pocos años. Entonces mi hermano le pregunta: ¿Y yo, tampoco puedo usar traje de baño? Astuta e inteligentemente, Claudia responde: Usted tampoco, Don Enrique, porque usted es un señor.

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