jueves, 21 de julio de 2011

Decimotercer día.


Diriamba, jueves 21 de julio de 2011.


Anoche me despertó el viento. (Atención a quienes me leen desde Europa, no me refiero a su última noche, que yo estaré aún durmiendo si leen esto por la mañana, sino a su penúltima noche, la del miércoles al jueves). El viento era fortísimo y se colaba por las rendijas de puertas y ventanas, que aquí no ajustan demasiado bien, porque no es necesario. No me asusté, en Zaragoza estoy acostumbrado a estas rachas de viento. Por la mañana he oído las noticias del huracán Dora y he pensado que, tal vez, ese viento tan fuerte que me despertó fuera algún coletazo de la tal Dora. Pero, vamos, que ese huracán por aquí ni lo vimos ni se le espera. Tranquilos.


También en las noticias he oído que hoy ha habido un seísmo de 3’5 grados en la escala de Richter, en la costa del Pacífico, aquí en Nicaragua. Si lo llamo terremoto, Omar se ríe. Aquí están tan acostumbrados a los temblores que no les dan importancia. Por la tarde he sabido que ha habido otro de 5’3 grados en Costa Rica. Ni uno ni otro han dejado heridos. Ni uno ni otro lo hemos notado en Diriamba. Tranquilos.


Mi hermano tiene contratados dos servicios de televisión: el cable y el servicio de antena parabólica de SKYPE (que utiliza para ver la liga española). Bien, ayer descubrí que, a través del SKYPE, puedo ver TVE Internacional y hoy he visto mi concurso preferido, “Saber y ganar”, casi a la misma hora que en España, sobre las tres de la tarde. Ha sido curioso ver algo tan familiar desde tan lejos.


Y hoy quiero hablaros de Omar, a quien tantas veces he citado en mis crónicas. Este muchacho de veinticinco años está siendo un verdadero Sancho para el Quijote de mi hermano. Sancho Panza, además (que hasta eso lo tiene). Ha acompañado a mi hermano en momentos muy difíciles, juntos han reído y han llorado y así han trabado una buena amistad. Es un joven generoso y servicial. Lo es con mi hermano, que le recompensa y le paga oportunamente, pero lo es también conmigo y yo creo que lo es de natural.


Omar sabe hacer de todo. Creo que es de aquellos hombres que nunca se moriría de hambre. A veces pienso que si yo me quedara sin trabajo de profesor, no sé qué otra cosa sabría hacer para ganarme la vida. Omar sabe hacer de todo (o de casi todo). Ahora te pinta, ahora te repara algo, ahora te cambia una rueda…


Lo último ya fue verlo anteayer reparando una de las sillas de mimbre de las que tiene mi hermano en el comedor. Ver todo el proceso despertó mi curiosidad: primero, estirar el mimbre, para que después no ceda y se afloje en la silla; después, tejerlo; al final ya, en la última pasada, con un poquito de jabón, para que pasara suave y no se quemara.


Si tuviera que definir a Omar con pocas palabras diría que es un hombre bueno, de ésos que te reconcilian con la humanidad. Ante eso, no hay razas, países, ni fronteras; no hay lenguas ni colores.


Y casi siento envidia de su sencillez. ¡Ojalá alguien pudiera decir de mí, simplemente, que soy bueno!

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