sábado, 9 de julio de 2011

Primer día.

Diriamba, sábado, 9 de julio de 2011.

Anoche escribí desde Miami antes de cenar... Cenamos, y Laura se caía de sueño en el comedor. A las 21:15 (hora local; 3:15 en España) apagamos la luz. Hemos dormido hasta las 5:30 de la madrugada (hora local). Nos hemos levantado, aseado y hemos bajado a desayunar antes de las 7 de la mañana.

A las 8 un autobús nos ha llevado al aeropuerto. Poco antes de las 9 ya estábamos junto a la puerta de embarque. Pero el avión ha llegado retrasado, porque ha tenido que desviarse por el tiempo. Hemos salido con tres cuartos de hora de retraso, a mediodía.

De Miami me han sorprendido algunas cosas. Destaco tres.

1. La humedad del ambiente. Al salir del aeropuerto, la sensación de humedad era agobiante, peor que en los peores días de Barcelona. “Me cuesta respirar”, ha dicho Laura, antes de que yo le hiciera cualquier comentario. Por otro lado, el aire acondicionado está fortísimo en todos los sitios. Anoche, en el comedor, casi pasamos frío. Esta mañana en el aeropuerto también.

2. La amabilidad de sus gentes. En todos y cada uno de los mostradores, las personas han sido amabilísimas. Casi todos hablaban castellano y la que no, intentaba que yo entendiera su inglés. Así la recepcionista del hotel. Así los camareros de la cena o el del desayuno. Supongo que el hecho de ser un casi cincuentón solo con una niña también contribuía. Pero muy amables. A veces, tengo la sensación de que esa amabilidad, ese trato exquisito al cliente, se está perdiendo en España. Nadie ha tenido que recordarme que aquí la propina es habitual, la he dado espontáneamente.

3. Estados Unidos es bastante más barato que España. Siempre he tenido la sensación de que el euro fue un pequeño (gran) engaño. Imagino que quienes sabéis de economía tenéis motivos para defenderlo (o quizá no, con todo esto de los rescates a países). Pero, el ciudadano de a pie, que no entiende de economía (como yo) lo que ve es que, desde que tenemos el euro, ha subido todo menos los sueldos. Muchos ya me habéis oído decir esto antes, pero las pocas horas en EE.UU. han contribuido a aumentar en mí esta sensación. Un ejemplo: aeropuerto de Miami (sabido es que los aeropuertos no son, precisamente, sitios baratos). Un café expreso, 0'75 dólares. O sea, en números redondos, medio euro. ¿Alguien puede decirme de algún sitio de España (ya no un aeropuerto, claro) en donde poder tomar un café por cincuenta céntimos? Además, tuve la sensación (confirmada por Laura) de que el zumo de naranja sabía a zumo de naranja, y la fresa a fresa, y el yogur a yogur.

A las 12:30 (hora local; 20:30 en España) hemos llegado a Nicaragua. Primera impresión: un país verde desde el aire. Muy verde. El aeropuerto, como todos: nuevo, moderno... Nada especial a reseñar. Eso sí, te cobran 10 dólares por entrar en el país. Y tienen que ser dólares, no se acepta otra moneda. Pero no me ha sorprendido porque ya me advirtió mi hermano.

Managua es miseria. Una ciudad muy extendida, porque las viviendas son unifamiliares, casi chabolas. De hecho, casi no he visto ciudad. Es una carretera con chabolas a sus lados. Casi no hay edificios nuevos y sabido es que en los años 70 un terremoto destruyó la ciudad. Casi nada se ha reconstruido desde entonces. Es mi primera impresión, pero dudo de que pueda cambiarla.

El tráfico, caótico. La raya continua invisible, al parecer, para la mayoría. Rayas amarillas en la carretera. Carros tirados por animales. Pequeños camiones transportando personas en la parte de atrás, la de la carga. Ha sido como volver a la infancia, a la España rural de los 60, o quizá viajar más atrás en el tiempo.

La casa de mi hermano es una vivienda pobre, como una segunda residencia construida personalmente por algún obrero y mal cuidada, no puesta al día. Y es de lo mejorcito de por aquí. Han venido a buscarnos dos hombres que trabajan para mi hermano. Felices por bien pagados, con una cantidad irrisoria para él. Gente sencilla, gente humilde. Buena gente.

“Es usted muy distinto de como por el internet”, me ha dicho Omar, a quien saludé alguna vez antes a través del Skype. “Si necesita algo, no dude en pedírmelo”, ha dicho con amabilidad (y mis amigos no seáis malos, que ya oigo vuestras bromas desde aquí). Sólo es amabilidad. Ahora mismo, su hermana (que le lleva la casa a mi hermano) acaba de pasar por aquí y me ha repetido: “Si quiere algo me avisa”.

“No hagas ostentación de nada”, me ha dicho mi hermano mientras volvíamos del aeropuerto. “Ni siquiera del móvil”.

No he podido esperar a los jóvenes en el aeropuerto porque mi hermano tenía prisa porque esta tarde juega un partido la selección. Pero iremos a Tipitapa (o algo así). Precisamente, si su misión del año pasado fue una biblioteca, este año será un equipo de fútbol. A ver si pueden hacer algo con los chicos de la “escuela de talentos” que ha puesto en marcha mi hermano.

Mi portátil me avisa de que se está quedando sin batería. A ver cómo lo recargo; aquí la electricidad sigue siendo a 125 voltios, como lo era en la España de mi infancia. De todos modos, veo que ya he escrito demasiado. Sabéis que es una de mis aficiones, la escritura. Pero no estáis condenados a leerlo. Yo os seguiré enviando todo cuanto escriba, pero tranquilos, cuando vuelva no tendréis que pasar un examen de lectura.

De repente ha empezado a llover y truena. Dicen que es habitual, estamos en la época de lluvias. Truena. El olor a tierra mojada también me retrotrae a la infancia, a aquellos interminables veranos de mi infancia, jugando en Benabarre en una plaza entonces aún no encementada.

Hasta mañana...



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