Escribí “Mi profe de reli” como
regalo por mis bodas de plata con la educación. Mi primera clase como profesor
fue una clase de religión y, aunque he ido añadiendo otras materias a mi
currículo de docente, nunca he dejado de ser profe de reli. Por supuesto, no comparto la opinión de aquellos que
quieren ver en esta materia los males de nuestro sistema educativo, cuando es
una materia que sólo cursa quien quiere; pero tampoco viajo en el mismo tren de
quienes presentan la misma oposición a la materia de educación para la
ciudadanía. El verdadero problema de la educación en España no radica tanto en
dos materias concretas, cuanto en la incapacidad de nuestros dirigentes de
alcanzar unos acuerdos mínimos que nos permitan mantener un sistema educativo más
allá de cada cambio de gobierno.
El contenido del libro pretende
ofrecer unos elementos mínimos de cultura religiosa que los que ya tenemos una
cierta edad compartimos, pero que son ajenos a muchos de nuestros jóvenes a los
que nada dicen expresiones como “el buen samaritano” o “el hijo pródigo”, por
ejemplo. Creo que, tanto para ser creyente como para ser ateo, es mejor serlo
desde el conocimiento y no desde la ignorancia o el mero seguimiento de lo
“políticamente correcto” o de la moda.
Pero el libro tiene otro
contenido que deseo destacar y que, en cierto modo, es común a mi anterior
libro: “El viejo que me enseñó a pensar”,
publicado también por Carena. Este otro elemento es la importancia de la
relación personal entre el educador y el educando. El profesor como mero
transmisor de conocimientos está ya superado; internet, en general, y Wikipedia
en particular, saben más de cuanto yo podré saber en mi vida, y existen cursos
online para casi todo. Pero el diálogo intergeneracional es insustituible y, a
mi entender, irrenunciable en la educación de niños y adolescentes. Los
profesores que yo recuerdo de mi etapa de adolescente no son, tal vez, aquellos
que más dominaban su asignatura, pero sí aquellos con los que establecí una
relación especial que, en algún caso, todavía persiste hoy como relación de
amistad. José Membrive, mi editor, que también fue profesor una buena parte de
su vida, lo retrató muy bien en la presentación de mi libro en Barcelona, al
relatar que en sus encuentros con exalumnos siempre le recuerdan anécdotas o
excursiones, pero nadie le dijo nunca, por ejemplo: ¡qué bien explicaba usted
las subordinadas substantivas!
“Mi profe de reli” puede ser, por
tanto, un curso de religión, pero es sobre todo la historia de un adolescente,
sus vivencias y desvelos, sus dudas por hallar su propio camino, no sólo en el
tema de la fe, sino también en el del estudio o en el del amor, por ejemplo; es
decir, en la vida. El título, intencionadamente ambiguo, puede hacernos creer
que el protagonista es el profesor, pero no. De ser así, se habría titulado
“el” profe de reli. Pero se titula “mi” profe de reli porque asistimos a la
vivencia por parte del alumno (subjetiva, claro) de ese profesor y de sus
clases. Así en el mundo de la educación, en la escuela, no podemos olvidar
nunca que el verdadero protagonista es el alumno, el joven, y no los adultos
que estamos allí para acompañarlo.
Para acabar, tres apuntes sobre
la fotografía de la portada.
El joven aparece en actitud de
recogimiento. En estos tiempos de luces y de cámaras, de show y de espectáculo, tenemos que habituar a los jóvenes a la
interioridad, a no tener miedo del silencio y, sobre todo, a no rehuir el
encuentro consigo mismos. Sabemos, además, que el propio interior es el mejor
templo para descubrir la presencia de Dios.
El joven está en una escalera.
Hemos de acostumbrar a los jóvenes a vivir en la escalera, es decir, a no vivir
una vida plana, a superarse constantemente. A ascender para poder transcender.
La fotografía está hecha en casa
de mi hermana que, cuando la vio, le pareció bonita pero se sorprendió de que
pareciera tomada en un barrio marginal. Y no me disgustó la idea. La fe y el
evangelio tienen que llevarnos a los barrios marginales o, al menos, a no
rehuirlos. La solidaridad con los pobres, la lucha por la justicia, no pueden
estar al margen de la fe. El libro, que, como un curso escolar, está dividido
en trimestres, incluye al final de cada trimestre un texto teatral que he
representado con mis alumnos. Los tres textos son muy diferentes, pero tienen
algo en común: a Dios se le encuentra en el otro, especialmente en quien sufre.
Si, además de permitir pasar un
rato entretenido, “Mi profe de reli” hace pensar, habré conseguido mi objetivo
principal, aunque el lector no piense como yo.
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