sábado, 5 de abril de 2014

COSA DE TODOS. Dmp132.

Hace veinticinco años que soy profesor y estoy hasta las narices del informe PISA. Sobre todo, de la información sesgada que de él ofrecen la mayoría de los medios de comunicación. Y más hasta las narices aun de las declaraciones que, al conocerse los datos, suelen hacer políticos y personal de la administración, como la señora Montserrat Comendio, actual secretaria de estado de educación, que vino a decir que la culpa de los malos resultados la tenemos los profesores, porque no utilizamos los métodos adecuados y ponemos el acento en la memoria y no en la aplicación de los conocimientos a la resolución de problemas. ¡Vaya!

Trabajo en una escuela (López Vicuña de Barcelona) y una institución (Religiosas de María Inmaculada) que en su Proyecto Educativo Institucional ha apostado en toda España por la renovación metodológica. Continuamente nos estamos formando y poniendo en práctica en el aula nuestros nuevos conocimientos. Tengo amigos, también educadores, que trabajan para otras instituciones o para la administración, y también renuevan constantemente su metodología (trabajo cooperativo, inteligencias múltiples, aprender haciendo…). Vamos, que a juzgar por las palabras de la secretaria de educación, debe de haber 40 ó 50 profesores en España que hacen esto y a todos los conozco yo. ¡Qué suerte!

Verá usted, señora secretaria, la culpa la tenemos todos. En primer lugar, ustedes los políticos, que son incapaces de llegar a un consenso sobre educación y se empeñan en aprobar leyes (buenas o malas, no entro ahora en ello) que ya sabemos que serán derogadas en cuanto haya un cambio de partido gobernante. Así no hay sistema que eduque, ni que resista. La culpa la tienen las administraciones, que recortan presupuesto en educación, elevan el número de alumnos por aula y, sin embargo, pretenden que renovemos nuestra metodología. La culpa la tienen los gobiernos que, en lugar de invertir en educación (una inversión a largo plazo, pero segura), quieren solucionarlo todo a golpe de legislación, como, por ejemplo, la propuesta de elevar a 21 años la edad mínima para consumir alcohol legalmente. ¡Vamos, hombre! Es más fácil prohibir que educar, aunque prohibir tampoco sirva de mucho, porque en un Estado con 19 cámaras legislativas es fácil aprobar leyes pero no tanto conseguir que se cumplan.

La culpa la tienen, también, los padres, que han renunciado a su autoridad y son incapaces (por poner sólo un ejemplo) de obligar a sus hijos a acostarse a una hora razonable sabiendo que a la mañana siguiente han de estar en clase. Los padres, que en vez de hacer equipo con el claustro de profesores para educar a sus hijos de la mejor manera, se alían con los hijos en contra de los profesores, como si de una guerra se tratara. Los padres, que para evitar frustraciones a sus hijos, se lo dan todo masticado y solucionado y luego el niño, claro, no sabe ni escoger el mejor itinerario en metro aunque, eso sí, sale de discoteca todas las noches de sábado mucho antes de haber alcanzado la mayoría de edad.

La culpa la tiene la sociedad en su conjunto (educa la tribu entera, dice un proverbio africano), que elude su responsabilidad y delega en la escuela todas sus funciones. ¿Hay un problema vial? Que la escuela enseñe seguridad vial. ¿Falta de emprendedores? Que la escuela enseñe cómo emprender. ¿Problemas con el alcohol, con las drogas? La escuela podrá abordarlos. La lista es inmensa. Alguna de mis amigas maestra de infantil me comenta cómo cada vez llegan más niños al comedor escolar sin los hábitos básicos de cómo se debe comer: ¡ya le enseñarán en la escuela! La sociedad no educa. Basta con mirar un rato la televisión. ¿Por qué en nuestro país se permite hablar en ella de un modo que no se permite en la mayoría de los países europeos? Y queremos que nuestros jóvenes no sean malhablados y usen el lenguaje con propiedad. ¿Por qué en nuestro país se ven cosas, incluso en la publicidad, que en otros países sólo podrían emitirse en determinadas cadenas, pero nunca en una cadena generalista que emite en abierto? No tenemos conciencia de que todos estamos implicados en la educación de las nuevas generaciones.

La culpa la tienen los propios jóvenes, que siempre esperan una motivación externa para hacer lo que tienen que hacer. Los jóvenes, que no valoran el precio de su plaza escolar, lo que a la sociedad le cuesta, y a menudo asisten a clase para pasar el rato, para obtener un título aunque no aprendan nada. Los jóvenes, que encuentran cualquier cosa más interesante que ampliar sus conocimientos y su cultura: cuatro paridas de un amigo a través de WhatsApp siempre serán más interesantes que lo que en su día dijera Carlos Marx (por poner un ejemplo reciente de mis clases de Filosofía). ¿A quién le importa ya ese señor que marcó la historia del siglo XX? Sí, los jóvenes también son responsables. De hecho, son los primeros responsables de su educación y hay que exigírsela y no sobreprotegerlos también creyendo que, ¡pobrecitos!, que van a hacer con todo lo que les rodea.

Y, al final, claro, los profesores también tenemos algo de culpa. Acabaré dándole la razón, señora secretaria. Somos culpables de perder la ilusión, de no creer ya en las reformas, de continuar haciendo lo mismo, aunque antes le llamáramos asignaturas, después créditos y ahora módulos… ¿Qué más da? Somos culpables de haber dejado de creer ya en los cambios. Culpables de no querer exigir a algunos adolescentes más de lo que les exigen sus propios padres. Culpables de haber renunciado a ser héroes en esta lucha de la escuela contra el mundo.

Y, sin embargo, señora secretaria, toda generalización es injusta. No todos los políticos son iguales, ni actúan como yo he descrito más arriba. No todos los padres se relacionan con sus hijos tal como yo he dicho. No todos los programas de televisión son iguales ni todos los jóvenes desprecian la cultura y el conocimiento. Ni siquiera todos los profesores han perdido la ilusión. Yo mismo la conservo aún y sigo creyendo que tengo una profesión/vocación maravillosa en la que vale la pena seguir luchando y desgastándose, a pesar de algunos políticos, de algunos padres y madres, de algunos jóvenes, de una parte de la sociedad e, incluso, de una parte de los propios claustros educativos. Vale la pena seguir trabajando con ilusión, diga lo que diga el informe PISA.

Vale la pena y podemos mejorar mucho. Pero entre todos. Lo que no podemos olvidar es que la educación es cosa de todos.


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