Para
quienes ya tenemos una cierta edad, los enfrentamientos entre israelíes y
palestinos son un fenómeno recurrente que ha ido desgranando episodios durante
la segunda mitad del siglo XX (o sea, desde la creación del Estado de Israel).
Tristemente, este verano se ha producido la enésima versión de este conflicto
que, a lo que se ve, va a extenderse también a lo largo del siglo XXI.
Es
evidente que algunas cosas se hicieron mal desde el inicio, pero me sorprende
que, después de más de 60 años, todavía no hayamos sido capaces de enderezarlas;
como me sorprende que siempre sean los árabes quienes inicien las agresiones y
quienes acaben perdiendo. Así está siendo una vez más, aunque en esta ocasión
(esto empezó a ser así desde la intifada que se prolongó de 1987 a 1993) los israelíes están ganando la batalla de las
armas pero los palestinos ganan la de la opinión pública (al menos aquí en
Europa).
Después
de todo el mes de junio viendo imágenes y conociendo sucesos terribles, un buen
listado de preguntas me asalta.
ü Si es de todos conocida la práctica invulnerabilidad del
Estado de Israel, dotado de un complejísimo sistema o escudo antimisiles, ¿por
qué alguien entre los palestinos (suponemos que Hamas) se empeña en atacarlo
lanzando pequeños misiles que apenas obtienen otro resultado que el de
“despertar a la fiera”? ¿Qué intereses ocultos mueven esos ataques, cuando es
evidente que la posibilidad de victoria no está entre ellos?
ü ¿Cómo es que Hamas, que reconoce entre sus propósitos
fundacionales la desaparición del Estado de Israel y que es considerado un
grupo terrorista por los EE.UU., la U.E. y otros países occidentales, cuenta
con tanto apoyo entre la opinión pública?
ü ¿Cómo es que siendo el Estado de Israel el único país
democrático de la región, no cuenta con ese mismo apoyo y en la misma medida?
ü ¿Cómo es que, siendo Israel un país de estructuras
democráticas, comete los abusos que está cometiendo en este conflicto, por
ejemplo, al atacar escuelas y otros lugares ocupados por niños y civiles en
general? ¿Por qué esta reacción tan desproporcionada? ¿A qué obedece, si
repugna a la razón (al menos, a mi razón), no parece ética y, además, procura
antipatías y resta apoyos?
ü ¿Por qué todos los intentos de propiciar la paz en esta
región siempre acaban fracasando en el último momento? Baste recordar la
Conferencia de Madrid o los Acuerdos de Oslo. ¿Qué intereses ocultos hay para
que esta paz no sea real?
ü Si un día (y ojalá así sea) los gobiernos de ambos
pueblos firman la paz, ¿cómo habrá que hacer para que esa paz habite también en
aquellos corazones que la violencia y el dolor tiene ahora habitados por el
odio?
Podría seguir enumerando más y más preguntas de las que,
sin embargo, ignoro la respuesta. Me consolaré pensando que, en Filosofía,
solemos repetir que, a menudo, las preguntas son más importantes que las
respuestas.
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