La clarividencia de quien ha sido llamado a ser padre, pastor
o guía de los jóvenes consiste en encontrar la pequeña llama que continúa
ardiendo, la caña que parece quebrarse (cf. Is 42,3), pero que
sin embargo todavía no se rompe. Es la capacidad de encontrar caminos donde
otros ven sólo murallas, es la habilidad de reconocer posibilidades donde otros
ven solamente peligros. Así es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y
alimentar las semillas de bien sembradas en los corazones de los jóvenes. El
corazón de cada joven debe por tanto ser considerado “tierra sagrada”, portador
de semillas de vida divina, ante quien debemos “descalzarnos” para poder
acercarnos y profundizar en el Misterio.
(Papa
Francisco. Christus vivit. Número 67)
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