Cristo te salva
118. La segunda verdad es que Cristo, por amor, se
entregó hasta el final para salvarte. Sus brazos abiertos en la Cruz son el
signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo:
«Él, que amó a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin» (Jn 13,1).
San Pablo decía que él vivía confiado en ese amor que lo entregó
todo:
«Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí
mismo por mí» (Ga 2,20).
119. Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de
nuestros pecados, con ese mismo poder de su entrega total sigue salvándonos y
rescatándonos hoy. Mira su Cruz, aférrate a Él, déjate salvar, porque «quienes
se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento». Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con
el poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos
vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la
dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite
levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos
desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría».
120. […] sólo lo que se ama puede ser salvado.
Solamente lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que
todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es
precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces
como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo,
abrazó a Pedro después de las negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre
después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque
la verdadera caída –atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz
de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar».
121. Su
perdón y su salvación no son algo que hemos comprado, o que tengamos que
adquirir con nuestras obras o con nuestros esfuerzos. Él nos perdona y nos
libera gratis. Su entrega en la Cruz es algo tan grande que nosotros no podemos
ni debemos pagarlo, sólo tenemos que recibirlo con inmensa gratitud y con la
alegría de ser tan amados antes de que pudiéramos imaginarlo: «Él nos amó
primero» (1 Jn 4,19).
122. Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen
ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo! Jóvenes
queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no
se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones
ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos,
dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo
siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre!
Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús».
123. Mira
los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y
cuando te acerques a confesar tus pecados, cree
firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su
sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás
renacer, una y otra vez.
(Papa
Francisco. Christus vivit. La negrita
es mi propio subrayado.)
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