La vocación
248.
Es verdad que la palabra “vocación” puede entenderse en un sentido amplio, como
llamado de Dios. Incluye el llamado a la vida, el llamado a la amistad con Él,
el llamado a la santidad, etc. Esto es valioso, porque sitúa toda nuestra vida
de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un
caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al
Señor, que tiene un precioso plan para nosotros.
249. […]
El Concilio Vaticano II nos ayudó a renovar la consciencia de este llamado
dirigido a cada uno: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y
estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son
llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella
santidad con la que es perfecto el mismo Padre».
Su llamado a la amistad con
Él
250.
Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven
es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento fundamental. En el diálogo
del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón,
hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como
amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará
siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad.
251.
Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el encuentro-desencuentro
del Señor con el joven rico, que nos dice claramente que lo que este joven no
percibió fue la mirada amorosa del Señor (cf. Mc 10,21). Se
fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo
sacar la vista de las muchas cosas que poseía (cf. Mt 19,22).
Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran
amistad. Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para
nosotros, lo que podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al que
Jesús miró con amor y le tendió la mano.
252.
Porque «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia
de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la
tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando
ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental
fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un
“tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos
regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que
se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros
para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí
viene el Señor a plantar y a plantarse».
(Papa
Francisco. Christus vivit.)
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