Tu ser para los demás
253.
Quisiera detenerme ahora en la vocación entendida en el sentido preciso del
llamado al servicio misionero de los demás. Somos llamados por el Señor a
participar en su obra creadora, prestando nuestro aporte al bien común a partir
de las capacidades que recibimos.
254.
Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás. Porque
nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda.
Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o
un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la
existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme.
Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo». Por
consiguiente, hay que pensar que: toda pastoral es vocacional, toda formación
es vocacional y toda espiritualidad es vocacional.
255.
Tu vocación no consiste sólo en los trabajos que tengas que hacer, aunque se
expresa en ellos. Es algo más, es un camino que orientará muchos esfuerzos y
muchas acciones en una dirección de servicio. Por eso, en el discernimiento de
una vocación es importante ver si uno reconoce en sí mismo las capacidades
necesarias para ese servicio específico a la sociedad.
256.
Esto da un valor muy grande a esas tareas, ya que dejan de ser una suma de
acciones que uno realiza para ganar dinero, para estar ocupado o para complacer
a otros. Todo eso constituye una vocación porque somos llamados, hay algo más
que una mera elección pragmática nuestra. Es en definitiva reconocer para qué
estoy hecho, para qué paso por esta tierra, cuál es el proyecto del Señor para
mi vida. Él no me indicará todos los lugares, los tiempos y los detalles, que
yo elegiré prudentemente, pero sí hay una orientación de mi vida que Él debe
indicarme porque es mi Creador, mi alfarero, y necesito escuchar su voz para
dejarme moldear y llevar por Él. Entonces sí seré lo que debo ser, y seré
también fiel a mi propia realidad.
257.
Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y
crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de
la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el
propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su
propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación». Tu vocación te
orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la gloria de Dios y para el bien de
los demás. El asunto no es sólo hacer cosas, sino hacerlas con un sentido, con
una orientación. Al respecto, san Alberto Hurtado decía a los jóvenes que hay
que tomarse muy en serio el rumbo: «En un barco al piloto que se descuida se le
despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida
¿cuidamos de nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún
más en esta idea, yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima
importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es
simplemente fallar».
258.
Este “ser para los demás” en la vida de cada joven, normalmente está
relacionado con dos cuestiones básicas: la formación de una nueva familia y el
trabajo. Las diversas encuestas que se han hecho a los jóvenes confirman una y
otra vez que estos son los dos grandes temas que los preocupan e ilusionan.
Ambos deben ser objeto de un especial discernimiento. Detengámonos brevemente
en ellos.
(Papa
Francisco. Christus vivit.)
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