El discernimiento
279. Recuerdo que todos, pero «especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento». […]
280. Este discernimiento, «aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno […]. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que Él».
281. En este marco se sitúa la formación de la conciencia, que permite que el discernimiento crezca en hondura y en fidelidad a Dios: «Formar la conciencia es camino de toda una vida, en el que se aprende a nutrir los sentimientos propios de Jesucristo, asumiendo los criterios de sus decisiones y las intenciones de su manera de obrar (cf. Flp 2,5)».
282. Esta formación implica dejarse transformar por Cristo y al mismo tiempo «una práctica habitual del bien, valorada en el examen de conciencia: un ejercicio en el que no se trata sólo de identificar los pecados, sino también de reconocer la obra de Dios en la propia experiencia cotidiana, en los acontecimientos de la historia y de las culturas de las que formamos parte, en el testimonio de tantos hombres y mujeres que nos han precedido o que nos acompañan con su sabiduría. Todo ello ayuda a crecer en la virtud de la prudencia, articulando la orientación global de la existencia con elecciones concretas, con la conciencia serena de los propios dones y límites».
Cómo discernir tu vocación
283. Una expresión del discernimiento es el empeño por reconocer la propia vocación. Es una tarea que requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno […]
284. Este silencio no es una forma de aislamiento, porque «hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar: al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Sólo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente […]. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor, porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos».
285. Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas?
286. Estas preguntas tienen que situarse no tanto en relación con uno mismo y sus inclinaciones, sino con los otros, frente a ellos, de manera que el discernimiento plantee la propia vida en referencia a los demás. Por eso quiero recordar cuál es la gran pregunta: «Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”». Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros.
El llamado del Amigo
287. Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús. […]
288. Quiero que sepan que cuando el Señor piensa en cada uno, en lo que desearía regalarle, piensa en él como su amigo personal. Y si tiene planeado regalarte una gracia, un carisma que te hará vivir tu vida a pleno y transformarte en una persona útil para los demás, en alguien que deje una huella en la historia, será seguramente algo que te alegrará en lo más íntimo y te entusiasmará más que ninguna otra cosa en este mundo. No porque lo que te vaya a dar sea un carisma extraordinario o raro, sino porque será justo a tu medida, a la medida de tu vida entera.
289. El regalo de la vocación será sin duda un regalo exigente. Los regalos de Dios son interactivos y para gozarlos hay que poner mucho en juego, hay que arriesgar. […]
Escucha y acompañamiento
291. […] Cuando nos toca ayudar a otro a discernir el camino de su vida, lo primero es escuchar. Y esta escucha supone tres sensibilidades o atenciones distintas y complementarias:
292. La primera sensibilidad o atención es a la persona. Se trata de escuchar al otro que se nos está dando él mismo en sus palabras. El signo de esta escucha es el tiempo que le dedico al otro. No es cuestión de cantidad sino de que el otro sienta que mi tiempo es suyo: el que él necesita para expresarme lo que quiera. Él debe sentir que lo escucho incondicionalmente, sin ofenderme, sin escandalizarme, sin molestarme, sin cansarme. […]
293. La segunda sensibilidad o atención es discernidora. Se trata de pescar el punto justo en el que se discierne la gracia o la tentación. Porque a veces las cosas que se nos cruzan por la imaginación son sólo tentaciones que nos apartan de nuestro verdadero camino. Aquí necesito preguntarme qué me está diciendo exactamente esa persona, qué me quiere decir, qué desea que comprenda de lo que le pasa. Son preguntas que ayudan a entender dónde se encadenan los argumentos que mueven al otro y a sentir el peso y el ritmo de sus afectos influenciados por esta lógica. Esta escucha se orienta a discernir las palabras salvadoras del buen Espíritu, que nos propone la verdad del Señor, pero también las trampas del mal espíritu –sus falacias y sus seducciones–. Hay que tener la valentía, el cariño y la delicadeza necesarios para ayudar al otro a reconocer la verdad y los engaños o excusas.
294. La tercera sensibilidad o atención se inclina a escuchar los impulsos que el otro experimenta “hacia adelante”. Es la escucha profunda de “hacia dónde quiere ir verdaderamente el otro”. Más allá de lo que siente y piensa en el presente y de lo que ha hecho en el pasado, la atención se orienta hacia lo que quisiera ser. A veces esto implica que la persona no mire tanto lo que le gusta, sus deseos superficiales, sino lo que más agrada al Señor, su proyecto para la propia vida que se expresa en una inclinación del corazón, más allá de la cáscara de los gustos y sentimientos. Esta escucha es atención a la intención última, que es la que en definitiva decide la vida […]
295. Entonces sí el discernimiento se convierte en un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. De ese modo, el deseo de reconocer la propia vocación adquiere una intensidad suprema, una calidad diferente y un nivel superior, que responde mucho mejor a la dignidad de la propia vida. Porque en definitiva un buen discernimiento es un camino de libertad que hace aflorar eso único de cada persona, eso que es tan suyo, tan personal, que sólo Dios lo conoce. Los otros no pueden ni comprender plenamente ni prever desde afuera cómo se desarrollará.
296. Por lo tanto, cuando uno escucha a otro de esta manera, en algún momento tiene que desaparecer para dejar que él siga ese camino que ha descubierto. […]
297. Ya que «el tiempo es superior al espacio», hay que suscitar y acompañar procesos, no imponer trayectos. Y son procesos de personas que siempre son únicas y libres. Por eso es difícil armar recetarios […]
298. Pero para acompañar a otros en este camino, primero necesitas tener el hábito de recorrerlo tú mismo. María lo hizo, afrontando sus preguntas y sus propias dificultades cuando era muy joven. Que ella renueve tu juventud con la fuerza de su plegaria y te acompañe siempre con su presencia de Madre.
* * *
Y al final... un deseo
299. Queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido que los lentos y temerosos. Corran «atraídos por ese Rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente. El Espíritu Santo los empuje en esta carrera hacia adelante. La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado, tengan paciencia para esperarnos».
(Papa Francisco. Christus vivit)
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