jueves, 4 de junio de 2020

DAVID Y GOLIAT DEL DERECHO Y DEL REVÉS.

DAVID Y GOLIAT
DEL DERECHO Y DEL REVÉS


Del primer libro de Samuel (17, 4-8.16.32-46a.48-50)
Salió del campamento de los filisteos un campeón, que se llamaba Goliat, de Gat, que medía seis codos y un palmo de altura. Llevaba un casco de bronce en su cabeza y una cota de malla que pesaba cinco mil siclos de bronce (unos cincuenta y cinco kilos). Sobre sus piernas traía grebas de bronce y una jabalina de bronce en sus hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de telar y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro (unos seis kilos y medio). Su escudero iba delante de él.
Goliat se paró y gritó a los batallones de Israel:
–¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí.
Durante cuarenta días venía por la mañana y por la tarde a provocar del mismo modo.
Al oírlo, David dijo a Saúl:
–Que no se acobarde nadie; tu siervo irá y peleará contra este filisteo.
–No podrás –le respondió Saúl– porque tú eres muchacho y él un hombre de guerra desde su juventud.
David dijo a Saúl:
–He sido pastor de las ovejas de mi padre y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, lo hería y lo mataba. Este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo.
Saúl dijo a David:
–Ve, y que Jehová esté contigo.
Saúl vistió a David con sus ropas y puso sobre su cabeza un casco de bronce y lo armó con una coraza. Ciñó David su espada sobre aquellas vestiduras y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Entonces, dijo a Saúl:
–Yo no puedo andar con esto, porque no lo he hecho nunca.
Y se quitó aquellas armaduras. Tomó su cayado en su mano, escogió cinco piedras lisas del arroyo y las puso en el zurrón que llevaba, cogió su honda y se fue hacia el filisteo.
El filisteo venía andando y se acercaba a David; su escudero iba delante de él. Cuando vio a David, lo tuvo en poco, porque sólo era un muchacho, rubio y guapo. Y protestó:
–¿Soy yo un perro, para que vengas a mí con palos?
Y maldijo a David por sus dioses. Luego gritó:
–Ven a mí, que daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.
Entonces David le dijo:
–Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Él te entregará hoy en mi mano.
Cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa y corrió a la línea de batalla, metió su mano en el zurrón, cogió una piedra y la tiró con la honda hiriendo al filisteo en la frente. La piedra se le quedó clavada en la frente y cayó rostro en tierra.
Así venció David al filisteo con honda y piedra; lo hirió y lo mató, sin tener espada en su mano.

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Habíamos construido un gigante. Un enorme gigante que se creía invencible, y fanfarroneaba, y prescindía de Dios, porque se bastaba con su fuerza. Ese gigante se había pertrechado con miles de armaduras y utensilios que cargaba sobre sí como signo y prueba de su enorme poder. Más allá de su fuerza personal, esos miles de utensilios contribuían a asegurarle la sensación de victoria que había convertido en rutina: ni siquiera se planteaba ya la posibilidad de resultar un día derrotado.
          Pero llegó un minúsculo jovencito (tan minúsculo que era invisible a simple vista, tan jovencito que surgió en el 2019) y apenas sin esfuerzo, paralizó al gigante. Todo se frenó de pronto: la prisa con que vivía y su fanfarronería. El gigante, ya herido, se vio obligado a confinarse para poder sobrevivir.
Esta es la versión más actual de la historia de David y Goliat: el gigante fue la civilización que habíamos construido, David se llama hoy COVID-19.
Nadie sabe, a estas alturas, si el gigante habrá aprendido la lección, o si volverá al campo de batalla tan orgulloso como siempre, tan prepotente, tan fanfarrón… Incluso hay quienes así lo desean, quienes, junto al lecho de su enfermedad, le dicen que no debe cambiar, que no puede dejarse acobardar por ese jovencito desarmado, que vencerá, que volverá a ser el campeón que siempre fue. Ése es el peligro, la tentación de volver a repetir la historia de la misma manera, la de no aprender.
Y, sin embargo, podemos volver esta historia del revés. Como sociedad, podemos identificarnos con David y no con Goliat. El primer paso es querer, porque hay quien no quiere renunciar al poder, y a la fuerza, y a la fanfarronería. Hay que querer desprenderse de todas las armaduras, de todos los utensilios que fueron pensados para hacernos más fuertes pero que, llegado un cierto punto, se convirtieron en tan pesados que nos impedían caminar, avanzar, afrontar la vida con la sencillez de un cayado y una honda, de cinco piedrecillas recogidas junto al arroyo.
Podemos volver a vivir la vida en la desnudez de todo aquello que no es estrictamente necesario, utilizando todos los utensilios sin que nos impidan avanzar. Podemos volver a poner nuestra confianza en Aquél que todo lo puede. O podemos seguir confiando solamente en nuestras propias fuerzas.
Todo el mundo suele repetir aquello de que una crisis es una oportunidad, o que de los errores se aprende. Pero ambas cosas no son matemáticamente necesarias. Hay que cambiar algo para que la crisis se vuelva oportunidad. Hay que reconocer los errores como tales y querer aprender de ellos. Si no, no se aprende.
Y volvemos al punto de partida.

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