DAVID
Y GOLIAT
DEL
DERECHO Y DEL REVÉS
Del primer libro de Samuel (17, 4-8.16.32-46a.48-50)
Salió del
campamento de los filisteos un campeón, que se llamaba Goliat, de Gat, que
medía seis codos y un palmo de altura. Llevaba un casco de bronce en su
cabeza y una cota de malla que pesaba cinco mil siclos de bronce (unos cincuenta
y cinco kilos). Sobre sus piernas traía grebas de bronce y una jabalina
de bronce en sus hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de
telar y tenía el hierro de su lanza seiscientos siclos de hierro (unos seis kilos
y medio). Su escudero iba delante de él.
Goliat se paró y gritó a los batallones de Israel:
–¿Para
qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros
los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí.
Durante
cuarenta días venía por la mañana y por la tarde a provocar del mismo modo.
Al oírlo, David dijo a Saúl:
–Que
no se acobarde nadie; tu siervo irá y peleará contra este filisteo.
–No podrás –le respondió Saúl– porque tú eres muchacho y él
un hombre de guerra desde su juventud.
David dijo a Saúl:
–He
sido pastor de las ovejas de mi padre y cuando venía un león, o un oso, y
tomaba algún cordero de la manada, salía tras él, y lo hería, y lo
libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, lo hería y lo mataba. Este
filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército
del Dios viviente. Jehová, que me ha librado de las garras del león y de
las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo.
Saúl
dijo a David:
–Ve,
y que Jehová esté contigo.
Saúl vistió a David con sus ropas y puso sobre su cabeza un
casco de bronce y lo armó con una coraza. Ciñó David su espada sobre aquellas
vestiduras y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Entonces, dijo a
Saúl:
–Yo
no puedo andar con esto, porque no lo he hecho nunca.
Y
se quitó aquellas armaduras. Tomó su cayado en su mano, escogió cinco
piedras lisas del arroyo y las puso en el zurrón que llevaba, cogió su honda y
se fue hacia el filisteo.
El
filisteo venía andando y se acercaba a David; su escudero iba delante de él.
Cuando vio a David, lo tuvo en poco, porque sólo era un muchacho, rubio y guapo.
Y protestó:
–¿Soy
yo un perro, para que vengas a mí con palos?
Y
maldijo a David por sus dioses. Luego gritó:
–Ven a mí, que daré tu carne a las aves del cielo y a las
bestias del campo.
Entonces David le dijo:
–Tú
vienes a mí con espada y lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre de
Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has
provocado. Él te entregará hoy en mi mano.
Cuando
el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se
dio prisa y corrió a la línea de batalla, metió su mano en el zurrón, cogió una
piedra y la tiró con la honda hiriendo al filisteo en la frente. La piedra se
le quedó clavada en la frente y cayó rostro en tierra.
Así venció David al filisteo con honda y piedra; lo hirió y
lo mató, sin tener espada en su mano.
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Habíamos construido un gigante. Un enorme
gigante que se creía invencible, y fanfarroneaba, y prescindía de Dios, porque
se bastaba con su fuerza. Ese gigante se había pertrechado con miles de
armaduras y utensilios que cargaba sobre sí como signo y prueba de su enorme
poder. Más allá de su fuerza personal, esos miles de utensilios contribuían a
asegurarle la sensación de victoria que había convertido en rutina: ni siquiera
se planteaba ya la posibilidad de resultar un día derrotado.
Pero
llegó un minúsculo jovencito (tan minúsculo que era invisible a simple vista,
tan jovencito que surgió en el 2019) y apenas sin esfuerzo, paralizó al
gigante. Todo se frenó de pronto: la prisa con que vivía y su fanfarronería. El
gigante, ya herido, se vio obligado a confinarse para poder sobrevivir.
Esta es la versión más actual
de la historia de David y Goliat: el gigante fue la civilización que habíamos construido,
David se llama hoy COVID-19.
Nadie sabe, a estas alturas,
si el gigante habrá aprendido la lección, o si volverá al campo de batalla tan
orgulloso como siempre, tan prepotente, tan fanfarrón… Incluso hay quienes así lo
desean, quienes, junto al lecho de su enfermedad, le dicen que no debe cambiar,
que no puede dejarse acobardar por ese jovencito desarmado, que vencerá, que
volverá a ser el campeón que siempre fue. Ése es el peligro, la tentación de
volver a repetir la historia de la misma manera, la de no aprender.
Y, sin embargo, podemos
volver esta historia del revés. Como sociedad, podemos identificarnos con David
y no con Goliat. El primer paso es querer, porque hay quien no quiere renunciar
al poder, y a la fuerza, y a la fanfarronería. Hay que querer desprenderse de
todas las armaduras, de todos los utensilios que fueron pensados para hacernos
más fuertes pero que, llegado un cierto punto, se convirtieron en tan pesados
que nos impedían caminar, avanzar, afrontar la vida con la sencillez de un
cayado y una honda, de cinco piedrecillas recogidas junto al arroyo.
Podemos volver a vivir la
vida en la desnudez de todo aquello que no es estrictamente necesario,
utilizando todos los utensilios sin que nos impidan avanzar. Podemos volver a
poner nuestra confianza en Aquél que todo lo puede. O podemos seguir confiando
solamente en nuestras propias fuerzas.
Todo el mundo suele repetir
aquello de que una crisis es una oportunidad, o que de los errores se aprende.
Pero ambas cosas no son matemáticamente necesarias. Hay que cambiar algo para
que la crisis se vuelva oportunidad. Hay que reconocer los errores como tales y
querer aprender de ellos. Si no, no se aprende.
Y volvemos al punto de
partida.
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