Las
Religiosas de María Inmaculada (con las que comparto tantas horas de vida, de trabajo,
de esfuerzo, de misión…) en su último Capítulo General resumieron su misión en
la actualidad con esta expresión que a mí me pareció muy afortunada: “Salir para cuidar. Estar para acompañar”.
Ese Capítulo se celebró en el 2018, pero la realidad de cuanto estamos
viviendo ha hecho este resumen programático más actual que nunca, más
necesario.
Como cada curso, en la escuela de
Barcelona hemos pedido a nuestros alumnos que respondieran una encuesta de
satisfacción. Además de las preguntas de cada año, añadimos tres específicamente
referidas al tiempo de pandemia y confinamiento. Un elevadísimo porcentaje de
los alumnos ha valorado muy positivamente el acompañamiento recibido por las
tutoras en este tiempo, mucho más que el aprendizaje alcanzado en cada una de las
materias curriculares. Los jóvenes nos exponen claramente qué es lo que valoran y, por ello, qué es lo que necesitan.
No sabemos qué nos deparará el mes
de septiembre; no sabemos cómo y en qué condiciones comenzará el próximo curso;
pero sí sabemos (o deberíamos saber) que no lo podemos comenzar como si nada hubiera
ocurrido. Esta vez no debemos remedar a Fray Luis de León: “Como decíamos ayer…”
Ahora, más que nunca, tenemos que
actualizar una pastoral del cuidado y del acompañamiento. Sospecho que éste
debería ser un enfoque claro en todas las obras de la Iglesia; me atrevo a
decir que no puede ser de otro modo en cada una de las obras de las RMI:
centros educativos, residencias, centros sociales, otras plataformas…
Nuestros jóvenes han vivido una
experiencia que recordarán siempre y probablemente explicarán a sus nietos.
Pero el levantamiento del confinamiento no lo da todo por acabado. Ahora empieza
la tarea de encajar lo vivido, lo sentido, todo lo experimentado. Llega, tal
vez, el momento de verbalizar lo que no han podido, no han querido o no han sabido
verbalizar mientras lo sentían; quizá ni siquiera han tenido la oportunidad de
hacerlo. Alguien tiene que estar ahí para esa escucha, para ese acompañamiento.
No podemos rehuir este encargo, no podemos hacernos los sordos.
En una reunión del equipo, una
religiosa planteaba que damos por
supuesto que los jóvenes se han hecho muchas preguntas durante este tiempo de
confinamiento (y ¡ojalá haya sido así!), pero ahora tenemos que plantearnos qué
ocurre con esas preguntas, cómo se cierran, cómo se responden… Podría suceder
que la vuelta a la rutina, al ajetreo, a las prisas, al ruido… dejara sin
responder esas preguntas, como una herida mal cerrada. Vamos a tener que estar
atentos a esa realidad. Vamos a tener que cuidar. Y cuidar es curar, vendar las
heridas. Vamos a tener que acompañar. Porque cada joven tiene que seguir su
propio camino y no sirven recetas precocinadas. No podemos caminar por ellos,
pero sí caminar junto a ellos.
Y en medio de todo esto, la pregunta
sobre Dios. Porque la pregunta sobre el sentido siempre conduce a él, aunque
sea para negarlo. Nuestra pastoral tiene el reto de ayudar a los jóvenes a
sentir la cercanía de Dios que:
- Sale a nuestro encuentro: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo” (1 Jn. 4,10)
- Nos cuida: “Y si la hierba del campo que hoy es y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? (Mt. 6,30)
- Está siempre con nosotros: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20)
- Y nos acompaña: “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos” (Lc. 24,15)
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