Si
los integristas mandaran,
Abel
habría sido vengado con la muerte de Caín;
Isaac
entregado en sacrificio,
Moisés
y el pueblo, ajusticiados en el desierto,
y
el rey David derrocado de su trono,
por
adúltero y asesino.
Si
los integristas mandaran,
el
Cantar de los cantares volvería a ser
prohibido;
los
salmos, censurados por errores doctrinales;
los
profetas, asesinados nuevamente,
y
la casta Susana, calumniada en la tele sin reparos.
Si
los integristas mandaran,
José
nunca habría acogido a María al saberla embarazada,
la
mujer adúltera habría perecido lapidada,
y
el hijo pródigo nunca habría sido recibido
con
una fiesta de abrazos.
Si
los integristas mandaran,
Jesús
volvería a ser ejecutado por blasfemo;
negada
la resurrección por ser chisme de mujeres,
y
Pablo nunca habría sido acogido como apóstol.
Si
los integristas mandaran,
nunca
el que negó tres veces habría sido Papa,
ni
el disoluto Agustín habría llegado a obispo,
Francisco,
el de Asís, sería considerado tan sólo un “perroflauta”.
Pero si
los integristas mandaran,
Jesús
seguiría diciendo:
“Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados”
y también los marginados,
que
yo os bendeciré.
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