Ariana, una de mis ex alumnas, ha dejado un mensaje en mi blog personal pidiéndome opinión sobre la democracia, en general, y sobre si España vive una auténtica democracia (imagino que debe de ser por la que está cayendo).
Debo confesar que, en los últimos días, he cambiado mi discurso. Hasta hace poco me sumaba a la protesta general contra los políticos; ahora creo que es el momento de cambiar de actitud, sin que ello disminuya mi exigencia como ciudadano a las autoridades públicas. Pero creo que es el momento de recordar algo que siempre he defendido: las generalizaciones son injustas. Ni todos los médicos son iguales, ni todos los curas, ni todos los jóvenes… Tampoco todos los políticos son iguales. Hemos de confiar y seguir creyendo que, en la cosa pública, sigue habiendo personas con ideales, que trabajan desinteresadamente por el bien común. Hemos de seguir creyéndolo, aunque en estos momentos requiera un verdadero acto de fe. Insistir en el derrotismo sólo conseguirá despertar a aquellos que siempre buscan y proponen soluciones drásticas de las cuales, histórica y tristemente, España tiene mucha experiencia.
Por otra parte, la corrupción no debe cegarnos. Somos humanos y, entre los humanos, por triste que parezca, existe la corrupción. La hay en todas las profesiones; también entre los políticos. Quizá más grande porque es más grande la parcela de poder de que disponen y más escandalosa por la dimensión que alcanza cuando se descubre. Pero no deberíamos ser tan ilusos de creer que por vivir en una democracia no íbamos a conocer la corrupción. Lo importante es que la democracia sepa siempre descubrir la corrupción, perseguirla, condenarla y castigarla. Los medios de comunicación tienen una misión destacada en esta tarea (por eso la preocupación que expresé en mi artículo de hace dos semanas y que titulé “La voz de su amo”).
Creo, pues, que lo más importante no es que en nuestra democracia no exista la corrupción (eso es una utopía); lo importante es que existan los mecanismos necesarios para detectarla, denunciarla, perseguirla y condenarla. En este compromiso, es fundamental mantener la separación de poderes. Y eso es lo que no sé si acabamos de tener, verdaderamente, en nuestro país. Lo vemos a diario y lo estamos comprobando estos días en el asunto de los dos presuntos piratas somalíes detenidos y traídos a España. Uno tiene la sensación de que los tribunales (poder judicial) están intentando encontrar la fórmula para liberarlos, porque así le conviene al gobierno (poder ejecutivo), que incluso podría aprobar una ley ad hoc (tarea del poder legislativo).
La separación real de poderes es fundamental para que nuestra democracia sea auténtica. Y, como he dicho, la independencia real de los medios de comunicación (llamados el cuarto poder) es un elemento fundamental en la denuncia de toda corrupción y abuso de poder.
Todo ello sin olvidar lo que ya enseñaba Aristóteles cuando afirmaba que la democracia es el peor de los mejores y el mejor de los peores remedios. No lo olvidemos: la democracia nunca es perfecta y eso nos tiene que mantener siempre alerta. Es una meta nunca conquistada del todo. Un edificio que hemos de construir día a día.
La democracia no es un sistema perfecto pero, de momento, aún no hemos inventado otro mejor.
© Luis María Llena.
Barcelona, noviembre de 2009.
Debo confesar que, en los últimos días, he cambiado mi discurso. Hasta hace poco me sumaba a la protesta general contra los políticos; ahora creo que es el momento de cambiar de actitud, sin que ello disminuya mi exigencia como ciudadano a las autoridades públicas. Pero creo que es el momento de recordar algo que siempre he defendido: las generalizaciones son injustas. Ni todos los médicos son iguales, ni todos los curas, ni todos los jóvenes… Tampoco todos los políticos son iguales. Hemos de confiar y seguir creyendo que, en la cosa pública, sigue habiendo personas con ideales, que trabajan desinteresadamente por el bien común. Hemos de seguir creyéndolo, aunque en estos momentos requiera un verdadero acto de fe. Insistir en el derrotismo sólo conseguirá despertar a aquellos que siempre buscan y proponen soluciones drásticas de las cuales, histórica y tristemente, España tiene mucha experiencia.
Por otra parte, la corrupción no debe cegarnos. Somos humanos y, entre los humanos, por triste que parezca, existe la corrupción. La hay en todas las profesiones; también entre los políticos. Quizá más grande porque es más grande la parcela de poder de que disponen y más escandalosa por la dimensión que alcanza cuando se descubre. Pero no deberíamos ser tan ilusos de creer que por vivir en una democracia no íbamos a conocer la corrupción. Lo importante es que la democracia sepa siempre descubrir la corrupción, perseguirla, condenarla y castigarla. Los medios de comunicación tienen una misión destacada en esta tarea (por eso la preocupación que expresé en mi artículo de hace dos semanas y que titulé “La voz de su amo”).
Creo, pues, que lo más importante no es que en nuestra democracia no exista la corrupción (eso es una utopía); lo importante es que existan los mecanismos necesarios para detectarla, denunciarla, perseguirla y condenarla. En este compromiso, es fundamental mantener la separación de poderes. Y eso es lo que no sé si acabamos de tener, verdaderamente, en nuestro país. Lo vemos a diario y lo estamos comprobando estos días en el asunto de los dos presuntos piratas somalíes detenidos y traídos a España. Uno tiene la sensación de que los tribunales (poder judicial) están intentando encontrar la fórmula para liberarlos, porque así le conviene al gobierno (poder ejecutivo), que incluso podría aprobar una ley ad hoc (tarea del poder legislativo).
La separación real de poderes es fundamental para que nuestra democracia sea auténtica. Y, como he dicho, la independencia real de los medios de comunicación (llamados el cuarto poder) es un elemento fundamental en la denuncia de toda corrupción y abuso de poder.
Todo ello sin olvidar lo que ya enseñaba Aristóteles cuando afirmaba que la democracia es el peor de los mejores y el mejor de los peores remedios. No lo olvidemos: la democracia nunca es perfecta y eso nos tiene que mantener siempre alerta. Es una meta nunca conquistada del todo. Un edificio que hemos de construir día a día.
La democracia no es un sistema perfecto pero, de momento, aún no hemos inventado otro mejor.
© Luis María Llena.
Barcelona, noviembre de 2009.
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