Acabo de pasar la gripe. Así, sin apellido, porque nadie se lo ha puesto. Me sorprende la cantidad de gente que afirma rotundamente haber padecido ya la gripe A. Algunos lo cuentan con un cierto timbre de orgullo, como si te quisieran decir: “Yo sobreviví a la gripe A”. A mí nadie me la diagnosticó como tal. Incluso, cuando me decidí a preguntarle sobre el asunto a la médico que vino a visitarme a casa (tan alta y, sobre todo, tan persistente era la fiebre), ella me respondió que conocer si se trataba o no de la gripe A era algo, en realidad, irrelevante puesto que el tratamiento a seguir era el mismo y, situados en lo peor, estaba resultando mucho más mortífera la gripe estacional. Me pareció una respuesta sensata y no pregunté más.
Acostumbrado como estoy a protestar de todo, quiero hablar hoy bien de las diferentes doctoras que me han atendido. Han sido sumamente amables y, sobre todo, profesionales. Si alguna pega le pongo al asunto es que, en esta semana y esta gripe, me han visitado cuatro médicos diferentes: solicitar hora con la mía era misión imposible, me la otorgaban para dentro de un mes. Ahí creo que hay algo que mejorar, por mucho que estemos en el momento álgido de la gripe.
Esta gripe me ha ocasionado un dolor de cabeza como nunca antes había conocido y lo mismo podría decir de los dolores musculares. No me asustó la altura de la fiebre (la he padecido muchas veces en mi vida) pero sí su resistencia: nada la hacía bajar. Y todo ello me hizo pensar o, más bien, vivir mi fragilidad. No, no es que pensara que me iba a morir, no es eso. Simplemente, ocurre que vivo solo.
Vivo solo, sí. Y, además, tengo una perra: Polca. A ninguno de mis amigos se le ocurrió pensar que, por mucha fiebre que yo tuviera, mi perra tenía las mismas necesidades de cada día. Nadie se ofreció a pasear a mi perra. Bueno, en honor a la verdad debo decir que uno de mis amigos sí, pero vive en Asturias y no era cuestión de pedirle ese favor. El primer día, con 38ºC de fiebre, me abrigué bien y la saqué a la calle sus tres veces de cada día. Al día siguiente, ya en los 39ºC, no me vi capaz: tuve que pedir a una vecina que lo hiciera por mí. Ya es una amiga: paseó diariamente a Polca tres veces y, además, me fue trayendo algún caldo, algún puré… Porque ésa es otra: ¿cómo va a cocinar uno con 39ºC de fiebre?
Todo eso me hizo sentir frágil y necesitado de los demás. Al final, algunos amigos reaccionaron y hasta alguno se presentó en casa con tres o cuatro fiambreras. Pero yo seguí pensando y me di cuenta de que, por mucho que se hable de los singles, la sociedad no está pensada para ellos.
Me explico. Cada poco tiempo descubrimos en los medios de comunicación que en ciudades como Barcelona, por ejemplo, va en aumento el número de personas que viven solas: ancianos, divorciados, jóvenes casaderos que nunca se casan, etc. Pero todo está organizado como si estas personas no existieran. Así, por ejemplo, el médico que viene a visitarte a casa no puede darte el documento que acredita tu incapacidad laboral transitoria, o sea, la baja, y tiene que ir uno mismo a buscarla al CAP (Centre de Atenció Primària) o molestar a alguien para que lo haga. Una vez que la tienes, el problema se repite: alguien tiene que llevar la baja hasta el centro de trabajo. En estos días de internet, ¿no podría inventarse un sistema más práctico para quienes vivimos solos?
La enfermedad me ha hecho pensar, como tantas veces antes, que somos frágiles. Pero, esta vez, además, me ha recordado que somos animales sociales: no podemos vivir solos, necesitamos de los demás.
© Luis María Llena.
Barcelona, noviembre de 2009.
Acostumbrado como estoy a protestar de todo, quiero hablar hoy bien de las diferentes doctoras que me han atendido. Han sido sumamente amables y, sobre todo, profesionales. Si alguna pega le pongo al asunto es que, en esta semana y esta gripe, me han visitado cuatro médicos diferentes: solicitar hora con la mía era misión imposible, me la otorgaban para dentro de un mes. Ahí creo que hay algo que mejorar, por mucho que estemos en el momento álgido de la gripe.
Esta gripe me ha ocasionado un dolor de cabeza como nunca antes había conocido y lo mismo podría decir de los dolores musculares. No me asustó la altura de la fiebre (la he padecido muchas veces en mi vida) pero sí su resistencia: nada la hacía bajar. Y todo ello me hizo pensar o, más bien, vivir mi fragilidad. No, no es que pensara que me iba a morir, no es eso. Simplemente, ocurre que vivo solo.
Vivo solo, sí. Y, además, tengo una perra: Polca. A ninguno de mis amigos se le ocurrió pensar que, por mucha fiebre que yo tuviera, mi perra tenía las mismas necesidades de cada día. Nadie se ofreció a pasear a mi perra. Bueno, en honor a la verdad debo decir que uno de mis amigos sí, pero vive en Asturias y no era cuestión de pedirle ese favor. El primer día, con 38ºC de fiebre, me abrigué bien y la saqué a la calle sus tres veces de cada día. Al día siguiente, ya en los 39ºC, no me vi capaz: tuve que pedir a una vecina que lo hiciera por mí. Ya es una amiga: paseó diariamente a Polca tres veces y, además, me fue trayendo algún caldo, algún puré… Porque ésa es otra: ¿cómo va a cocinar uno con 39ºC de fiebre?
Todo eso me hizo sentir frágil y necesitado de los demás. Al final, algunos amigos reaccionaron y hasta alguno se presentó en casa con tres o cuatro fiambreras. Pero yo seguí pensando y me di cuenta de que, por mucho que se hable de los singles, la sociedad no está pensada para ellos.
Me explico. Cada poco tiempo descubrimos en los medios de comunicación que en ciudades como Barcelona, por ejemplo, va en aumento el número de personas que viven solas: ancianos, divorciados, jóvenes casaderos que nunca se casan, etc. Pero todo está organizado como si estas personas no existieran. Así, por ejemplo, el médico que viene a visitarte a casa no puede darte el documento que acredita tu incapacidad laboral transitoria, o sea, la baja, y tiene que ir uno mismo a buscarla al CAP (Centre de Atenció Primària) o molestar a alguien para que lo haga. Una vez que la tienes, el problema se repite: alguien tiene que llevar la baja hasta el centro de trabajo. En estos días de internet, ¿no podría inventarse un sistema más práctico para quienes vivimos solos?
La enfermedad me ha hecho pensar, como tantas veces antes, que somos frágiles. Pero, esta vez, además, me ha recordado que somos animales sociales: no podemos vivir solos, necesitamos de los demás.
© Luis María Llena.
Barcelona, noviembre de 2009.
4 comentarios:
El sistema existe se llaman mensajeros, o mensakas. Lo que no se cuanto cobran por viaje o por gestión.
Me temo que le entiendo. Yo también vivo sola, bueno con un gato, y también me he visto así. Lo de menos es llevar el dichoso papelito de la baja al curro. Lo peor es que no haya nadie que te diga ¿podría hacer algo por ti?.
No... no es bueno que nadie esté solo.
Vaja Lluis Maria,
sento que t'hagis trobat en aquesta situació, tot i que ara mateix poc t'hauria pogut ajudar.
Desitjo que estiguis millor.
Una abraçada,
Mercè
Mercè
Con dinero esta situación hubiera sido más liviana. Un paseador de perros, una cocinera, un mensajero, hasta compañía me parece q se puede comprar y todo!
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