miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA VERDADERA TOLERANCIA. Dmp58.


LA VERDADERA TOLERANCIA


La serie televisiva “Los Tudor”, de la que he visto algunos capítulos durante este verano, ha hecho que vuelva a cautivarme la figura de Tomás Moro. A raíz de la serie, he releído su biografía, he adquirido un libro de reciente publicación en el que se recogen sus últimas cartas (que me han apasionado) e, incluso, he visionado la película “Un hombre para la eternidad” (un clásico, que no me ha gustado tanto).


De Moro recordaba su teoría política plasmada en su obra “Utopía” (la explico cada año en clase de Historia de la Filosofía). De su biografía recordaba que no se sometió a los dictados de Enrique VIII y fue fiel a su conciencia aun a costa de su propia vida. Pero me han llamado la atención, sobre todo, dos cuestiones que han conseguido realzar ante mí aún más la figura de este hombre.


La primera cuestión ha sido caer en la cuenta de que, para Moro, el rey lo era por derecho divino (creencia habitual en la época), lo cual hace más dramática, si cabe, su situación y su cuestión de conciencia, porque la obediencia al rey se suponía un mandato divino. En este sentido, me ha llamado la atención cómo todos intentaron coaccionarlo y cómo él supo mantenerse firme.


La segunda cuestión, la que más ha llamado mi atención, ha sido que él nunca se atrevió a juzgar a aquellos que tomaron decisión distinta de la suya (la mayoría). Él entendió que lo hacían en conciencia y que, si su conciencia se lo permitía, actuaban correctamente. Pero a él la suya no se lo permitía. Por eso nunca habló públicamente de cuáles fueron las razones por las que no se sometió al juramento ni criticó abiertamente al rey ni a ninguno de sus seguidores. Incluso aceptó que su hija Margaret, con la que tenía una especial relación, prestara aquel juramento que él, en conciencia, no quiso prestar.


Descubrir este aspecto de Moro me ha hecho descubrir cuál es el verdadero sentido de la tolerancia: yo debo actuar según mi conciencia y dejar que los demás actúen según la suya; o, dicho de otro modo, yo nunca puedo conocer la conciencia de los demás y, por tanto, debo permitir que obren según ella, aunque yo, en conciencia, haya decidido obrar de otra manera. Toda una lección.


Luis María Llena.
2010.

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