jueves, 30 de diciembre de 2010

EN CONSTRUCCIÓN. Dmp60.

Escribí, hace un año, que la Nochevieja y el Año Nuevo son mero teatro, un ritual y una convención. Pero los rituales nos ayudan a vivir, porque nos ayudan a dar sentido a lo vivido. El nombre que le demos al nuevo año (2011) es una convención. Sabido es que hay otros muchos calendarios en el mundo y que el nuestro, el cristiano, no es el único. Ni siquiera tenemos todos los cristianos un mismo calendario, porque el calendario gregoriano sustituyó al juliano en el siglo XVI, pero muchos pueblos de Europa no lo aceptaron hasta el siglo XX (Rusia o Rumanía, por ejemplo) y el calendario litúrgico de muchas iglesias ortodoxas aún se rige por el anterior y celebran en otro momento la Epifanía (su verdadera fiesta de Navidad) o la Pascua.


El calendario es convención, por tanto, y, no obstante, el tiempo pasa. No se detiene. “Aunque todos los relojes del mundo se pararan, el tiempo avanzaría”, dice el niño protagonista de mi novela “El viejo que me enseñó a pensar”, para afirmar el inexorable paso del tiempo. Y, en el tiempo, nos vamos construyendo.


Vivimos siempre en construcción. Si la filosofía medieval insistía en la diferenciación entre la esencia y la existencia, el existencialismo contemporáneo nos recordará que, en el ser humano la esencia es la existencia. Somos, al menos en cierto modo, aquello que hemos vivido. Nuestra propia existencia nos va definiendo y esto nos exige reconciliarnos con nuestro propio pasado, asumirlo como parte de nosotros.


Si en nosotros la esencia es la existencia, vivimos haciéndonos, somos una obra nunca concluida, que siempre se está retocando y, ¡ojalá!, mejorando.



Vivimos en construcción.


¡FELIZ AÑO 2011!

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