domingo, 3 de junio de 2012

TAN SÓLO EDUCACIÓN. Dmp80.

Ayer participé en la celebración de unas Primeras Comuniones en Lérida. Omitiré dar más detalles del lugar y la hora, por respeto a la ilusión de aquellos niños, de sus padres y familiares más cercanos, así como al trabajo del equipo de catequistas. Yo venía de Barcelona y llegué con el tiempo justo, por lo que tuve que permanecer al final de la iglesia. Aquello era un mercado: la gente hablaba, reía, ajena a cuanto sucedía en el presbiterio. La voz del sacerdote quedaba reducida a un mero rumor que emitían los altavoces, ahogado por todas las conversaciones. La mayoría ni siquiera se molestaba en susurrar, en bajar la voz. Hacían corrillos, dando la espalda al altar y a la ceremonia. Junto a la pared, medio apoyados en ella, dos hombres trajeados discutían acaloradamente sobre negocios. Un poco más allá, otro hombre trajeado no hablaba con nadie, pero masticaba chicle ostentosamente. A mi lado, dos señoras elegantísimas pasaron revista a todo el vecindario... Admiré la paciencia de aquel sacerdote que supo continuar la celebración ajeno a aquel bochorno.

Ninguna de todas esas personas a las que me refiero eran jovencitos. Lo digo, porque aquello trajo a mi memoria todo lo que sufrimos en la escuela donde trabajo para que los adolescentes sepan mantener un mínimo de silencio en las celebraciones religiosas. Yo suelo explicar a mis alumnos que, más allá de las creencias de cada uno, se trata, sencillamente, de una cuestión de educación. Tan sólo de educación.

Desde pequeño estoy acostumbrado a ver cómo en mi pueblo, durante las misas exequiales, los hombres abandonaban la iglesia en el momento del sermón; salían afuera a fumar un cigarrillo y luego volvían a entrar. Aquella costumbre, que entonces me parecía reprobable, hoy me parece loable: al menos, aquellos hombres respetaban cuanto ocurría en el interior de la iglesia y a aquellos a quienes les pudiera interesar.

No se trata de un problema religioso exclusivamente, ya otras veces me he referido a cómo mucha gente es hoy incapaz de mantener silencio, por ejemplo, en el teatro. Tal vez las bibliotecas y los museos sean de los pocos lugares silenciosos, pero ello gracias a un esmerado personal que continuamente ha de ir advirtiendo a los visitantes. ¿Qué está ocurriendo, que la gente no es capaz de mantener un mínimo de silencio respetuoso? ¿Qué pasa, que la gente no sabe diferenciar su comportamiento de acuerdo con el lugar y las circunstancias? Pero, sobre todo, ¿hacia dónde vamos, que la gente no conserva ni un mínimo de respeto y educación?

Porque, no nos equivoquemos, no se trata de nada más complejo, no se trata de creencias religiosas. Se trata, simplemente, de educación. Tan sólo educación.

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