lunes, 3 de diciembre de 2012

LA VOZ. Dmp87.



Este lunes quiero hablar de “La voz”, el fenómeno televisivo de esta temporada, que ha llegado a alcanzar audiencias millonarias, de ésas que ya sólo consiguen determinados partidos de fútbol.

Lo primero que tengo que decir es que no he visto ni un solo programa de “La voz” entero. Yo no puedo estar el miércoles viendo la televisión hasta casi las dos de la madrugada si el jueves tengo clase a las ocho de la mañana (pero esto es asunto para otra reflexión). Lo que sé de “La voz” es por esa técnica de Telecinco que consiste en hacer omnipresentes en la parrilla de programación sus productos de éxito y, también, porque tengo amigos y conocidos que me la recomendaron.

Creo que es un producto de calidad, con una buena selección musical y de voces. Sin embargo, tengo para mí que el éxito no radica sólo en esa calidad sino en la mezcla de lo musical con lo emotivo, como ya pasó en los inicios de “Operación triunfo”, cuando Bustamante lloraba en cada programa. En “La voz” lloran hasta los entrenadores (lo siento, me niego a utilizar el anglicismo, por más de moda que esté). Y ésa es mi duda: me cuesta creer que las decisiones sean tomadas individualmente; más bien me decanto a pensar que es el equipo del programa (y no cada entrenador) quien de verdad decide la continuidad o no de los concursantes. De todos modos (y salvando las distancias), no me imagino derramando lágrimas cada vez que algún alumno suspende una de mis asignaturas.

Por otro lado, cuando yo vi “La voz”, los concursantes lloraban emocionados, tanto los que resultaban eliminados como los que eran elegidos para continuar. Apagué el televisor cuando una muchacha, llorando desconsolada, dijo: “Esto es lo peor que me ha pasado en la vida”. En los tiempos que corren, ojalá todos pudiéramos decir que lo peor que hemos tenido que afrontar en la vida ha sido resultar eliminados en un concurso de televisión. ¡Vamos, hombre!


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