Soñar es hermoso. Quien ha perdido la capacidad de soñar
ha envejecido de pronto y se halla al borde del absurdo, en grave riesgo de que
la vida le resulte un sinsentido.
Soñar es hermoso. Nos permite imaginar el futuro y eso
espolea nuestro presente, nos ayuda a superar las dificultades del día a día
porque sabemos que más allá nos espera una meta.
Por eso hay que soñar con los pies en el suelo.
Cuando hablo de “soñar con los pies en el suelo”, quiero
decir dos cosas:
1/ Hay que soñar trabajando por hacer que esos sueños se
conviertan en realidad. Soñar pasivamente, apalancados en el sofá, no aporta
nada a nuestra vida, no la hace crecer, no la enriquece… Esos sueños dependen tan
sólo de un golpe de suerte que puede llegar o no. Soñar con los pies en el
suelo requiere que la ilusión vaya acompañada del esfuerzo.
2/ Hay que saber renunciar al imposible. Sé que muchos se
rebelarán contra esto. A menudo nos repiten aquello de que “soñar es gratis”,
pero soñar el imposible provoca frustración. Sería absurdo que yo soñara con
ser una figura del fútbol de primera división: ya no tengo edad ni cuerpo y
nunca tuve destrezas futbolísticas.
Sí. Hay que saber renunciar a algunos sueños. Pero no hemos
de preocuparnos por ello. Un amigo me dijo una vez: “A veces la vida nos regala
sueños que nunca soñamos”. Doy fe de que así es.
¡FELICES SUEÑOS!
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