lunes, 20 de mayo de 2013

PRACTICAR LA VIRTUD. Dmp106.


Recuerdo cómo mi abuelo Luis me enseñó a ir en bicicleta (a mí y a una gran parte de la chiquillería del Benabarre de aquellos años, en la entonces plaza de teléfonos). Nos montábamos en la bici y él nos agarraba por el sillín. Tras una inicial zozobra, íbamos ganando confianza porque nos sabíamos sujetados por él, que caminaba a nuestro lado. Cuando nos dábamos cuenta, él ya hacía rato que nos había soltado y, por tanto, aunque caminaba a nuestro lado, íbamos ya solos, sabíamos ir en bici.

Así ocurre en la vida con muchas virtudes: nadie puede enseñarlas, sólo se aprenden por la práctica. Como es inútil una clase teórica para enseñar a ir en bici, lo es para enseñar ciertas virtudes. A lo sumo, el educador puede acompañar, sujetar un poco, dar seguridad, pero la habilidad tiene que adquirirla cada uno, el esfuerzo tiene que ser propio. Ya Aristóteles (siglo IV a.C.) diferenciaba entre las virtudes dianoéticas y las éticas. Las primeras pueden enseñarse, decía, pero las éticas se aprenden por la práctica, por la repetición de actos.

Para Aristóteles, las virtudes éticas eran tres: la fortaleza, la templanza (moderación) y la justicia. Pero yo creo que esto puede aplicarse a muchas otras. Por ejemplo, a la constancia. Yo no puedo enseñar a un alumno a ser constante (en el estudio o en cualquier otra cosa). Yo puedo acompañarle, mostrarle mi apoyo, animarlo cuando esté desfalleciendo… Pero sólo él puede aprender a ser constante. ¿Cómo? Siéndolo. Una clase teórica sobre la constancia no le servirá de nada; sólo la práctica de la constancia lo hará constante.

Lo que puede hacer el educador es dar ejemplo.

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