Aún estoy de vacaciones y, sin
embargo, la situación que se vive en Egipto me parece tan grave que me pongo a
escribir desde mi pupitre, algo que no he hecho durante el verano. Procuro ser
un hombre informado (siempre dije que, en cierto modo, el periodismo era mi
vocación frustrada) y, sin embargo, no siempre logro tener una opinión clara de
los asuntos; a veces, porque no disponemos de toda la información y otras,
porque la realidad es compleja. Por eso me sorprende recibir ya correos
electrónicos de amigos y conocidos invitándome a manifestaciones a favor o en
contra de determinadas situaciones, a favor de uno u otro bando en Egipto.
En principio, todo golpe de
estado contra un gobierno electo debe ser rechazado, pero la realidad es
compleja y puede darse que un gobierno democráticamente elegido realice un
golpe de estado encubierto, por ejemplo, cambiando una constitución a su gusto
sin tener en cuenta ninguna otra opinión más que la propia, ya que así se lo
permite la mayoría con la que gobierna. La historia ya nos dio lecciones sobre
ello; Hitler llegó al poder por métodos democráticos y fue a partir de ahí y
basándose en su mayoría que acabó derivando hacia el totalitarismo que todos
conocemos.
Es verdad: en Egipto, el ejército
ha derrocado un gobierno que ganó las elecciones; pero también lo es que ese
gobierno hizo cambios sin contar con nadie más, cambios que podían afectar
gravemente al Estado que, aunque mayoritariamente poblado por personas de
religión musulmana, era un Estado laico. Es público y notorio que los llamados “Hermanos
Musulmanes” aspiran a constituir estados teocráticos en donde no haya más ley
que la “Sharia” o ley musulmana. Una vez más (y de esto sabemos algo en España)
el dilema de si un Estado debe tolerar como legales partidos políticos que
atacan al propio Estado. Ante esto, dudo y me cuesta tomar partido, al menos
con estos datos.
Desde el principio supimos que la llamada primavera árabe tenía este peligro que ahora se ha concretado. Me gustaría conocer las razones de quienes tienen tan claro su apoyo a uno u otro bando.
No es miedo a mojarme, sino miedo
a no acertar con la Justicia.
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