Este fin de semana la decepción ha sido mayúscula para
muchos: Madrid no fue elegida como sede de los Juegos Olímpicos del 2020. Y,
sin embargo, estaba claro que esa posibilidad existía: de las tres ciudades
finalistas, sólo podía ganar una. ¿Por qué, entonces, una decepción tan grande?
Puede haber muchas razones: los ignotos criterios que siguen los miembros del
COI en su votación, una de ellas; pero también el papel de los medios de
comunicación.
Durante días parecía que la elección estaba cantada, era
como si hubiera habido una filtración y algunos ya conocieran el resultado. La programación
de TVE el pasado sábado fue prácticamente monográfica y triunfalista. No la
seguí entera, claro, pero cada vez que accedía a ella parecía que Madrid ya
hubiera ganado. Sólo en una ocasión oí a una comentarista decir que había que
respetar a los rivales y que no se podía vender la piel del oso antes de
cazarlo.
A menudo, los medios de comunicación no son un espejo de
la realidad, sino que intentan construirla. Cuando un periodista quiere
mostrarnos la realidad de un modo supuestamente objetivo, tiene que decidir
qué enfoca con su cámara y qué no, qué explica y qué calla; tiene que montar la
información, recortarla, etc.
Los medios intentan construir la realidad aunque en
ocasiones, como ésta, la realidad salga por sus fueros y los deje con el culo
al aire. Las cosas no siempre son como nos las presenta la televisión: ni en el
Madrid olímpico ni en la fiesta de mañana.
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