Hoy es Sabath. El Sabath
más triste de cuantos he conocido y, al mismo tiempo, el Sabath más
perfecto: hoy sí que cumplo a la perfección
el precepto del descanso. Después de tanto dolor, de
tanta angustia, de tanto sin vivir, por fin
hoy mi alma descansa y, aunque sin Él, entregado ya al sepulcro, me parece
sentir su presencia y su sostén, y en esta oscuridad
de mis Dolores y de mi Soledad, siento como si la primavera quisiera brotar en mi interior, como
si una luz se vislumbrara al final de
este túnel. Y vivo la Esperanza , como si la Pascua
que celebramos
los judíos quisiera
hacerse hoy
más Pascua y más definitiva. Sí, más definitiva, aunque
lo definitivo no acepte gradaciones; pero éstos son los modos de mi Dios, que
en una Virgen hace fecundar la
Vida , “porque nada es
imposible para Dios” (Lc 1,37).
Aún recuerdo el
día de la Anunciación , cuando
el Padre me hizo comprender todo casi sin entenderlo y yo no supe sino ponerme
a su servicio, declararme su sierva para que se cumpliera en mí su voluntad.
Ésta es la bendición más grande, la felicidad completa, la bienaventuranza: no
tanto ser su Madre, cuanto oír su Palabra y actuarla (Lc 1,42.45; 8,21;
11,27-28). Y hubo Encarnación, cuando su vida comenzó a ser vida en mi interior. Y la Visitación
no fue sino la consecuencia: ponerme en camino y aprestarme a recibirlo en los
hermanos. Y proclamar, con la voz y con la acción, que Él es el Dios de los
pobres, que ensalza a los humildes, que cumple su promesa (Lc 1,46-56; 10,21;
Is 25,4-5).
La infancia no
fue infancia: fue una perpetua exposición del Santísimo. Ahí estaba Él, y al
enseñarle yo aprendía, y al darle recibía en una elevadísima progresión
geométrica. Y sin dejar de ser niño, era mi Dios. Y si se perdía y me daba un disgusto,
al tiempo me enseñaba:
"debo atender las cosas
de
mi Padre" (Lc
2, 49). Y era como si todo se reordenara en un
instante al recordar que no era para mí,
no sólo para mí, era de todos.
Y un día se
marchó, como marchan los hijos de casa de sus padres,
pero de otro modo.
No fundó otro hogar: anduvo de aquí para allá, sin guarida siquiera, que al menos los animales eso tienen. (Lc 9,
58). Y
comenzó
a elegir a sus
amigos. Era de todos.
Al principio aún
nos veíamos.
Como en aquella boda
de Caná. Recuerdo cómo tuve
que empujarle a que actuara, a
que hiciera algo. Y, al
resistirse,
él no me llamó madre,
ni mamá;
me llamó mujer (Jn 2, 4). Y entonces sentí recaer
sobre mí el peso
de todas
las mujeres y
aun de la
humanidad
entera, como si quisiera hacer de mí la nueva
Eva,
la nueva y definitiva
Madre del género humano, con
la misión de señalar: "haced
lo que Él
os diga" (Jn
2,5).
Por eso ayer, ayer sin ir más lejos, cuando su
sangre teñía ya la Tierra y el aliento le faltaba,
cuando yo apenas si me sostenía en los brazos de
Juan, me lo entregó como hijo y me regaló
como Madre (Jn 19, 25-27). Y, en medio del dolor,
un nuevo fiat, el mismo fiat, produjo esta vez un parto múltiple, pues
creo comprender
que mi maternidad
no sólo
es para Juan,
no se acaba en un nombre.
Dolores, Soledad, Esperanza; Anunciación, Encarnación, Visitación, y mil nombres de mujer. Todos
míos, María
de los mil nombres, que en cada mujer, y en cada hombre, que escucha y actúa su Palabra,
me siento presente,
como el puente
que entrelaza las
dos Alianzas: la Antigua y la Nueva ,
ambas fruto de
un amor
infinito que siempre da
el primer paso, y llama sin obligar
a nada, y seduce sin herir
la libertad con que nos concibiera. Inmaculada Concepción, sí,
pero fue su bondad más que mi mérito, sin que por
ello mi libertad se resintiera:
el SÍ fue mío, aquel
día y todos los siguientes.
Porque un sí
no es un instante, sino una vida entera. "Me sedujiste, Señor, y me
dejé seducir" (Jer
20, 7).
Y hoy, como
entonces, como
en aquella boda, me
siento llamada a empujarle a actuar, a suplicarle, a
ser la intermediaria. Auxiliadora me siento, voz
del pobre, del que
sufre,
de todo aquél que se
ha quedado
sin vino, que ha perdido la alegría
de la vida. Siento que mi misión no acaba con su muerte, sino
que se multiplica.
................................
Ya amanece. Y hoy
sé que VIVE.
No me hace falta que vengan a decirlo las mujeres,
no necesito ir a comprobar
que el
sepulcro está vacío,
hasta puedo
prescindir
de que se me aparezca. Me basta comprobar que ya es de día: la Luz ha vencido
a las Tinieblas. El Sabath dio paso al primer día. Sí, hoy es el
primer día, el primero, el
de la creación ya recreada (vuelta a crear y,
al tiempo, deleitada en alegría nueva). Hoy es el día del
Señor, el
de su Gloria, el
de la
Pascua. Hoy sé
que vive;
por sí
mismo.
Y EN TODO AQUÉL QUE VIVE SU EVANGELIO.
De mi libro
"Cuarenta soles y cuarenta lunas".
Ediciones STJ.
Barcelona, 2006.
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