Melilla, martes
19 de julio de 2016.
La
casa de las RMI en Melilla es una casa abierta. De buena mañana, ya antes de
las 9, varias mujeres se reúnen en la puerta. Vienen a buscar el pan. Hay una
panadería del centro de Melilla que cada noche cede sus excedentes, que Yimi o Hamete van a recoger. Por la mañana, ese pan (a veces, también pasteles) se reparte
entre las familias que vienen a buscarlo.
Ayer
Meme (la hermana Mercedes) nos explicó toda la obra de bien que, en
colaboración con otras entidades, se irradia desde esta casa: alfabetización de
mujeres, guardería infantil, escuela infantil, centro social, ludoteca, comedor
escolar, talleres para adolescentes… Sólo son tres religiosas, pero cuentan con
un buen grupo de voluntarios (como Yimi y Hamete) y, además, dan trabajo a gente del barrio.
Por
la mañana hemos ido al campo de fútbol del Tesorillo con los chicos y chicas de
la Purísima y de la gota de leche. Hemos hecho ejercicios de crossfit, juegos
variados y algún partidillo de fútbol.
Los
chicos subsaharianos que estuvieron ayer en mi grupo se han acercado a
saludarme cuando han llegado: “Bonjour
monsieur. Comment allez-vous?” No puedo evitar pensar: “Igualito que mis alumnos de Barcelona”, que me obligan a comenzar
cada clase con un grito, porque si no, me ignoran completamente. Saludo a los chicos de ayer cortésmente, estrechando su mano. Pero un muchacho me sorprende dándome
un beso. Me pilla de sorpresa, porque ya no es un niño y no me lo esperaba. Sí
que es más joven que los otros y, probablemente, también más vulnerable.
He
participado en algún juego, pero luego he estado un buen rato charlando con
unos adolescentes que ayer no vinieron. Uno de ellos hacía de traductor. Le
llamaban el rubio, porque lo era.
Algo que he agradecido, porque su nombre se me hacía difícil de pronunciar. En
un momento me preguntan si conozco Marruecos. Les digo que no, que nunca he
estado. “Es un país muy bonito”, dice
uno de ellos; “Marruecos muy bueno”. “Claro”, le contesta el rubio, “por eso estás tú aquí”. Me intereso
sobre si van a la escuela. Les digo que es importante estudiar. A Abdulah le
digo que tiene cara de médico, que sería un buen médico. Le pregunto qué quiere ser mayor; me responde que lo mismo que su tío.
Abdulah se ha quedado un rato a solas conmigo y, sin que yo le hiciera ni una sola pregunta, ha empezado a explicarme su propia historia, lo que me ha
ayudado a entender algo de la situación de estos jóvenes. Él está en un centro
de menores y hace más de dos años que no ve a sus padres. Me lo dice algo
triste, me cuenta que otros se acercan de vez en cuando a la frontera para ver
a sus padres. Él quiere ser como su tío. Su tío también estuvo en un centro de menores,
consiguió los papeles y hoy en día es camarero en un bar de Melilla. Éste es el
gran objetivo de estos muchachos, conseguir los papeles. Sólo eso explica su
sacrificio, soportar desde tan jóvenes la lejanía de sus padres. Abdulah me
explica que, a veces, su tío le da cosas, pero que los demás muchachos se las
roban. Por eso, cada vez que regresa al centro procura hacer una ruta diferente. Entre confidencias me
explica que lleva su móvil en la entrepierna, para que no se lo quiten. Los
demás vuelven a acercarse y Abdulah se calla. Mohamed dice algo en árabe, que no entiendo. Abdulah protesta porque Mohamed le ha
llamado por un nombre que no es el suyo, dice que siempre lo hace. Discuten entre ellos. Abdulah se levanta y se va. Pienso que
debe de ser difícil la vida de estos muchachos en el centro, que debe de haber
también luchas de poder, como en las películas que explican la vida de las
cárceles. Estos jóvenes viven a diario la lucha por la supervivencia…
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