-¿Te preocupa el 1-O?
Hace tiempo que, cada vez que
alguien me hace esta pregunta, respondo de la misma manera:
-A mí me preocupa el 2-O.
La situación de tensión que
estamos viviendo me resulta triste y desconcertante: nos han instalado en el
enfrentamiento; todo el mundo presume de haber apostado por el diálogo, pero nadie
parece querer dialogar de verdad. Y no hablo sólo de los políticos, también de los
ciudadanos de a pie, de los amigos y conocidos que continuamente me inundan con
Whatsapps de enfrentamiento, sin
preguntarme si quiera si quiero recibirlos, si estoy de acuerdo con ellos. Veo
en Facebook grupos de cristianos que
convocan oraciones por la independencia y me pregunto cómo se sentirían ellos
mismos ante una convocatoria de oración por la unidad de la patria española. Sé
cómo reaccionarían: los llamarían fascistas.
Vivimos, además, en el reino de
los sentimientos y las sensibilidades, en el que los argumentos racionales
parece que no tienen nada que hacer. Me convencí hace tiempo ya, una noche en
que Jordi Évole propició un cara a
cara entre Felipe González y Artur Mas. A mí me pareció que González
había ganado la batalla dialéctica por goleada, pero en seguida me telefoneó un
amigo catalanista para expresar su convicción contraria: el ganador había sido
Mas. Aquel día me convencí de la inutilidad de los argumentos.
Sin embargo, no quiero renunciar
a ellos. Nos han metido a todos en una carrera sin frenos y a mí me gustaría
parar el coche y bajarme, no quiero correr esta carrera absurda. Pero tengo la sensación
de que no puedo bajarme, no me dejan. Mientras
algunos viven el procés desde el fragor de la batalla y la exaltación, otros
muchos (creo que más de los que se piensa) lo vivimos desde una silenciosa
preocupación. Y me pregunto: ¿Qué obtendremos de todo
eso?
-Según los independentistas, un
nuevo país. De acuerdo, pero ¿sobre qué fundamentos? Lo que ocurrió en el Parlament al aprobar la ley del referéndum
y la de transitoriedad, incluida la falsificación de alguna firma, no sobrevive
a la mínima crítica democrática. ¿Ése es el país en el que queremos vivir? Si
el PP hubiera actuado así en las Cortes, media España estaría en la calle
protestando contra la falta de democracia, porque protestó cuando simplemente
aplicaba la mayoría absoluta que había obtenido legítimamente en las urnas.
Aquí, en cambio, son los independentistas los que se han erigido en garantes de
la democracia, sólo ellos son demócratas porque van a poner las urnas. El
mínimo rigor intelectual sabe que eso no es así, que la democracia exige también otras muchas cosas, como el respeto de
la legalidad. Se quejan de las amenazas del Estado, pero convocan
manifestaciones multitudinarias ante los tribunales cuando juzgan a alguno de
ellos, que es otro modo de amenazar y coaccionar. En mi opinión, hay un gran
número de catalanes que vive instalado en esa posverdad que incluye la creencia
de que son mayoría, cuando la realidad es que en unas elecciones que ellos
mismos presentaron como plebiscitarias no obtuvieron ni el 50% de los votos,
aunque la ley electoral les otorgara más escaños. Y ahí tenemos a la antigua y
burguesa Convergència sometiéndose a
los dictados de los antisistema. Existe una mayoría que asume todo esto sin
crítica. ¿Cómo va a sentirse esa mayoría si el 2-O Cataluña no es un país independiente?
¿Quién y cómo va a gestionar esa decepción? Y, si lo es, ¿qué pasará con la
gran mayoría de la población que no comparte ese proyecto? ¿Tendrán que
obedecer necesariamente a aquellos que nos han enseñado el camino de la
desobediencia?
- Para los constitucionalistas,
el respeto de la legalidad es el gran argumento, y yo lo comparto. En clase de
Filosofía siempre he enseñado a mis alumnos que las leyes, que aparentemente
coartan nuestra libertad, son garantía de libertad para todos, especialmente
para los más débiles; sin leyes, sólo los más fuertes de la selva sobrevivirían.
Por tanto, no puedo aceptar que se hagan las cosas como se están haciendo. Pero
los constitucionalistas no pueden obviar un problema práctico: no se puede meter
en la cárcel a la mitad de la población. Cuando Companys proclamó l’Estat català en octubre del 34, acabó en la
cárcel, porque ya no tenía el apoyo mayoritario. Macià sí lo tenía al proclamar la República catalana en el 31, y se
le convenció con diálogo. Defiendo que la ley está para cumplirla y que, si
alguien no lo hace, debe ser sancionado; pero no me gusta la judicialización de
todo este asunto. La cuestión catalana no se resuelve de ese modo. ¿Qué pasará
el 2-O si Cataluña es finalmente un estado independiente? ¿Qué argumentos
expondrá el Estado, qué justificación? ¿Y si el 2-O Cataluña no es finalmente un país
independiente? Vale, el Estado habrá triunfado, habrá conseguido que los
independentistas no se salgan con la suya, pero la frustración será inmensa y todo
estará de nuevo por hacer. No se pueden excusar en que el otro no quiere
dialogar, hay que buscar ese diálogo a toda costa, hay que tender puentes y no
dinamitarlos, porque están jugando con dinamita y, quizá, no lo saben.
He dudado mucho sobre si escribir
este artículo. Una vez afronté la cuestión catalana en este mismo blog y recibí insultos como nunca antes.
Y eso que defendí Cataluña como nación. Pero me he decidido a escribir porque
sigo creyendo en el valor de la palabra y de los argumentos. La tensión se me
hace insostenible. Me entristece ya no poder hablar con compañeros de trabajo
de cuestiones políticas que antes afrontábamos en las charlas de café con
serenidad. Sé de familias divididas por esta cuestión.
Cataluña y toda España necesitan
personas que apuesten por rebajar la tensión y no por aumentarla con cada
gesto, con cada palabra, con cada WhatsApp… Personas que apuesten por el
diálogo y no por la imposición. Y no me refiero sólo a las mesas de las grandes
decisiones, no sólo a los políticos, también en las mesas de café, en nuestras
tertulias cotidianas, hay que rebajar la tensión, escuchar al otro, ser crítico
con las propias convicciones, con las actuaciones de “los nuestros”. Las
palabras deberían servir para buscar el acuerdo, no la victoria a cualquier
precio.
Quizá ésta es la utopía por la
que vale la pena luchar.
1 comentario:
Gracias por tu reflexión Luis, estoy de acuerdo y, también, desde Pamplona, preocupado por todo esto... no me gustan estas formas...
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