miércoles, 24 de octubre de 2018

VASIJAS FRÁGILES (Dmp-4/18-19)



"Las personalidades especialmente exquisitas son más vulnerables que las más zafias; del mismo modo que una taza es más frágil cuanto de mayor calidad sea la porcelana".
(LUCA DE TENA, Torcuato. Los renglones torcidos de Dios.)

Ayer, en mi escuela,  empezamos los talleres de interioridad de este curso. Yo animé, junto con otro compañero, el taller de la tarde, en el que participó un grupo de 16 adolescentes. 

Comenzamos explicando qué es la interioridad y cuál es su importancia: igual que la perspectiva da profundidad a un cuadro, la interioridad se la da a la vida. Usamos como metáfora el iceberg: sobre las aguas es enorme, pero bajo ellas, en el interior del mar, aún es más grande. E hicimos esta manualidad: cada uno construía su iceberg y, después, identificaba aspectos de su propia persona que son visibles a los demás y otros que permanecen ocultos.

A continuación, trabajamos cinco emociones básicas: alegría, tristeza, rabia, asco, miedo… Íbamos leyendo la definición de cada una y después intentábamos recordar un momento de la vida en que la hubiéramos sentido. Lo anotábamos en un pósit. Expusimos los pósits en la pared y pudimos leerlos, sin saber quién había escrito cada uno. Para acabar esta parte, cada uno pudo escribir una carta a una emoción. Hubo destinatarios como la rabia, la culpa, la impotencia, el desprecio y, también, la alegría.

Trabajamos, después, una visualización sobre la subida a una montaña, que permanece impasible cuando todo va pasando ante ella: las nubes y los turistas. Y acabamos con la lectura de un Padrenuestro especial, que habla de encontrar a Dios en todas partes y que escuchamos mientras veíamos unos dibujos que habían realizado hijos y sobrinos de una compañera…

Estoy agradecido a esos 16 chicos y chicas que abrieron su mente a nuevas experiencias y su corazón a un desconocido como era yo para ellos, pues no les imparto ninguna asignatura. Cuando leí algunos de aquellos pósits, cuando escuché algunas cartas, no pude evitar la emoción. Y pensé que era un grupo agradecido, que necesitaba experiencias de este tipo. Cuántas veces he pensado que los jóvenes necesitan cosas que no saben que necesitan o que, si lo saben, no se atreven a pedirlas y tenemos que brindárselas casi en bandeja. Cuando escuché sus voces entrecortadas y sus llantos entendí, una vez más, que somos vasijas frágiles, que cada uno ha construido su propia historia con dolor, que nadie debe ser juzgado y todos acogidos, acompañados. Comprendí que cada uno es un misterio al que debemos entrar (siempre con permiso) de puntillas y con sumo cuidado, para no romper nada, para sanar y no herir. Comprendí que cada uno es un santuario, tierra sagrada, tabernáculo de la divinidad. Y supe, una vez más, que se me ha regalado una de las profesiones más hermosas que pueden existir en esta vida: la de acompañar a los jóvenes.




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