Varias persones me han preguntado cómo
es que no estoy escribiendo nada en este tiempo de confinamiento. La verdad es
que no lo sé. El confinamiento no se me hace difícil, tengo una edad en la que
mi plan preferido para los fines de semana ya es estar en casa. No tengo la
sensación de que los días transcurran lentos. Sin embargo, he tenido que
prohibirme las noticias. La realidad me abruma: el número de contagiados, el de
enfermos, el de fallecidos… Ya conozco personas que han perdido algún ser
querido a causa de este coronavirus y al dolor de la pérdida suman el de no
poder acompañar a sus seres queridos en los últimos momentos, el de no poder
velar su cadáver, el de no poder hacer un funeral público… Y, después, el
problema económico: ya conozco personas a las que han aplicado un ERTE, o
personas muy preocupadas porque su negocio lleva cerrado ya varias semanas, y
lo que queda…
Procuro distanciarme de las redes
sociales. Gracias a ellas, me conecto a iniciativas diversas, por ejemplo, de
oración. Y también agradezco muchos momentos de humor (textos, vídeos, audios…)
que obtienen de mí una sonrisa, a pesar de todo. Pero me resulta dolorosa tanta
crítica hiriente, tanta excusa de los políticos, tantos ataques entre ellos, tanto
sectarismo, tanto despropósito de quien parece que no está aprendiendo nada de
esta situación tan extraordinaria.
Vivimos una situación que si nos la
hubieran contado hace un mes no nos la habríamos creído. Son cosas que me
recuerdan a la Edad Media o a “La peste”
de Camus. Es decir: o historia o ficción. Pero es actual. Y real. Absolutamente
real. ¿Cómo no lo vimos venir cuando ya estaba en China? ¿Qué nos hizo pensar
que no nos pasaría lo que a Italia?
Para mí, éste está siendo un buen
momento para el reencuentro conmigo mismo, no porque estuviera perdido (al
menos, no lo creo), pero sí porque puedo intensificar la introspección que la
vida y el trabajo cotidiano no me permiten en exceso. He estado enfermo, no sé
si de coronavirus, porque no me hicieron la prueba. Fui obediente y me recluí
en casa aun antes de que se decretara el confinamiento general. Sentí algo de
agobio cuando experimenté que, por más que llamaba a los teléfonos de urgencia,
nadie respondía. Cuando lo hicieron, la respuesta fue seguir tomando paracetamol
y, si tenía dificultades para respirar, volver a llamar. Confieso que ahí me
intranquilicé. ¿Volver a llamar si no podía respirar? ¡Pero si había tardado
cuatro días en que alguien me respondiera al teléfono!
A pesar de todo, me siento afortunado.
Aunque tardó más de quince días, la fiebre remitió. Sigo confinado en casa, no
salgo ni a comprar, porque no han pasado todavía catorce días desde mi última
fiebre. No sé si tuve coronavirus o una simple gripe, pero me siento
recuperado. Y no puedo dejar de pensar en todos los que pueblan los hospitales
y en todos los que han muerto. Entiendo que es importante y una buena noticia
que se reduzca el número de fallecidos diariamente. Pero para cada persona una sola
muerte, la de su familiar o amigo, destroza todas las estadísticas. No somos
números. Ni siquiera ahora, en medio de esta pandemia.
1 comentario:
Siento mucho que hayas pasado por esto. Pero me alegro muchísimo más de que lo puedas contar, de que nos transmitas tu experiencia cargada de esperanza y abierto a la solidaridad, desde la oración y la cercanía virtual con los que te cuentan sus desgraciadas experiencias. Un cariñoso y saludable abrazo, libre de virus (hasta el momento), cargado de afecto y deseos de RESURRECCIÓN para todos -después de esta larga pasión-. Emilio A.
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