viernes, 3 de abril de 2020

DIARIO DE UNA CUARENTENA


Varias persones me han preguntado cómo es que no estoy escribiendo nada en este tiempo de confinamiento. La verdad es que no lo sé. El confinamiento no se me hace difícil, tengo una edad en la que mi plan preferido para los fines de semana ya es estar en casa. No tengo la sensación de que los días transcurran lentos. Sin embargo, he tenido que prohibirme las noticias. La realidad me abruma: el número de contagiados, el de enfermos, el de fallecidos… Ya conozco personas que han perdido algún ser querido a causa de este coronavirus y al dolor de la pérdida suman el de no poder acompañar a sus seres queridos en los últimos momentos, el de no poder velar su cadáver, el de no poder hacer un funeral público… Y, después, el problema económico: ya conozco personas a las que han aplicado un ERTE, o personas muy preocupadas porque su negocio lleva cerrado ya varias semanas, y lo que queda…

Procuro distanciarme de las redes sociales. Gracias a ellas, me conecto a iniciativas diversas, por ejemplo, de oración. Y también agradezco muchos momentos de humor (textos, vídeos, audios…) que obtienen de mí una sonrisa, a pesar de todo. Pero me resulta dolorosa tanta crítica hiriente, tanta excusa de los políticos, tantos ataques entre ellos, tanto sectarismo, tanto despropósito de quien parece que no está aprendiendo nada de esta situación tan extraordinaria.

Vivimos una situación que si nos la hubieran contado hace un mes no nos la habríamos creído. Son cosas que me recuerdan a la Edad Media o a “La peste” de Camus. Es decir: o historia o ficción. Pero es actual. Y real. Absolutamente real. ¿Cómo no lo vimos venir cuando ya estaba en China? ¿Qué nos hizo pensar que no nos pasaría lo que a Italia?

Para mí, éste está siendo un buen momento para el reencuentro conmigo mismo, no porque estuviera perdido (al menos, no lo creo), pero sí porque puedo intensificar la introspección que la vida y el trabajo cotidiano no me permiten en exceso. He estado enfermo, no sé si de coronavirus, porque no me hicieron la prueba. Fui obediente y me recluí en casa aun antes de que se decretara el confinamiento general. Sentí algo de agobio cuando experimenté que, por más que llamaba a los teléfonos de urgencia, nadie respondía. Cuando lo hicieron, la respuesta fue seguir tomando paracetamol y, si tenía dificultades para respirar, volver a llamar. Confieso que ahí me intranquilicé. ¿Volver a llamar si no podía respirar? ¡Pero si había tardado cuatro días en que alguien me respondiera al teléfono!

A pesar de todo, me siento afortunado. Aunque tardó más de quince días, la fiebre remitió. Sigo confinado en casa, no salgo ni a comprar, porque no han pasado todavía catorce días desde mi última fiebre. No sé si tuve coronavirus o una simple gripe, pero me siento recuperado. Y no puedo dejar de pensar en todos los que pueblan los hospitales y en todos los que han muerto. Entiendo que es importante y una buena noticia que se reduzca el número de fallecidos diariamente. Pero para cada persona una sola muerte, la de su familiar o amigo, destroza todas las estadísticas. No somos números. Ni siquiera ahora, en medio de esta pandemia.


1 comentario:

Emilio dijo...

Siento mucho que hayas pasado por esto. Pero me alegro muchísimo más de que lo puedas contar, de que nos transmitas tu experiencia cargada de esperanza y abierto a la solidaridad, desde la oración y la cercanía virtual con los que te cuentan sus desgraciadas experiencias. Un cariñoso y saludable abrazo, libre de virus (hasta el momento), cargado de afecto y deseos de RESURRECCIÓN para todos -después de esta larga pasión-. Emilio A.

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