Vaya por delante que no me hace ninguna ilusión imaginar que tenga que jubilarme más allá de los 65 años. Incluso diré más: hasta hace poco, era de los que defendía que si me tocara la lotería seguiría trabajando, porque me gusta mi trabajo. Ahora ya lo pongo en duda: mi trabajo me cansa cada día más. Cuando comencé, no me llevaba más de ocho años con mis alumnos y la sintonía era espontánea; ahora ya me separan de ellos treinta años. No sé cómo el ministro se atrevió a decir que en la educación podemos trabajar hasta los 67 años; sospecho que no ha pisado muchas aulas de adolescentes.
Dicho esto, hay que ser realistas. Cuando se instaló el sistema de pensiones, aquellos que se jubilaban a los 65 años, apenas sobrevivían diez más, la esperanza de vida estaba alrededor de los 70 años. Hoy, la esperanza de vida se sitúa por encima de los 80. La situación no es la misma y sólo esto bastaría para plantearse seriamente si acaso puede mantenerse el sistema sin ningún cambio.
Pero, además, hay otro problema. Ya sabemos que la Seguridad Social tiene muchos millones en reserva, pero, por norma general, las pensiones se pagan gracias a las aportaciones de quienes están en activo. Y es aquí donde puede plantearse un problema cuando debamos jubilarnos los que ahora estamos próximos a los cincuenta.
Las generaciones nacidas en los años sesenta son muy amplias. Fue la época del llamado baby boom, caracterizado no sólo por el nacimiento de muchos hijos sino, además, por el descenso de la mortalidad infantil. O sea, que somos muchos. Y, por ello, por ejemplo, hubo que inventar la selectividad porque, cuando tuvimos edad de acudir a la universidad, todos no cabíamos en ella. Por aquel entonces, la selectividad no la superaba ni el 50% de los alumnos, hoy la supera alrededor del 95%.
Es evidente que, cuando las generaciones nacidas en los años sesenta nos jubilemos, habrá un número de pensionistas como nunca antes se había conocido. Hay que pensar en ello y buscar soluciones. Soluciones realistas. Hay que huir de la demagogia, que es donde viven instalados políticos y sindicatos. Porque demagogia es, por ejemplo, silenciar y desacreditar al gobernador del Banco de España cuando hace unos meses advertía sobre esta situación futura y, en cambio ahora, abrir el debate sobre la cuestión lanzando al aire la propuesta no consensuada de la jubilación a los 67 años.
No me hace ilusión jubilarme más tarde, pero intento ser realista. Por eso, hace ya años que me financio un plan de jubilación privado y ahora, poco a poco, me iré concienciando de que a los 65 años seguiré trabajando. ¿En el aula con adolescentes? Eso habrá que verlo.
© Luis María Llena.
Barcelona, marzo 2010.
Dicho esto, hay que ser realistas. Cuando se instaló el sistema de pensiones, aquellos que se jubilaban a los 65 años, apenas sobrevivían diez más, la esperanza de vida estaba alrededor de los 70 años. Hoy, la esperanza de vida se sitúa por encima de los 80. La situación no es la misma y sólo esto bastaría para plantearse seriamente si acaso puede mantenerse el sistema sin ningún cambio.
Pero, además, hay otro problema. Ya sabemos que la Seguridad Social tiene muchos millones en reserva, pero, por norma general, las pensiones se pagan gracias a las aportaciones de quienes están en activo. Y es aquí donde puede plantearse un problema cuando debamos jubilarnos los que ahora estamos próximos a los cincuenta.
Las generaciones nacidas en los años sesenta son muy amplias. Fue la época del llamado baby boom, caracterizado no sólo por el nacimiento de muchos hijos sino, además, por el descenso de la mortalidad infantil. O sea, que somos muchos. Y, por ello, por ejemplo, hubo que inventar la selectividad porque, cuando tuvimos edad de acudir a la universidad, todos no cabíamos en ella. Por aquel entonces, la selectividad no la superaba ni el 50% de los alumnos, hoy la supera alrededor del 95%.
Es evidente que, cuando las generaciones nacidas en los años sesenta nos jubilemos, habrá un número de pensionistas como nunca antes se había conocido. Hay que pensar en ello y buscar soluciones. Soluciones realistas. Hay que huir de la demagogia, que es donde viven instalados políticos y sindicatos. Porque demagogia es, por ejemplo, silenciar y desacreditar al gobernador del Banco de España cuando hace unos meses advertía sobre esta situación futura y, en cambio ahora, abrir el debate sobre la cuestión lanzando al aire la propuesta no consensuada de la jubilación a los 67 años.
No me hace ilusión jubilarme más tarde, pero intento ser realista. Por eso, hace ya años que me financio un plan de jubilación privado y ahora, poco a poco, me iré concienciando de que a los 65 años seguiré trabajando. ¿En el aula con adolescentes? Eso habrá que verlo.
© Luis María Llena.
Barcelona, marzo 2010.
1 comentario:
Totalment d'acord!!
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